Oxígeno VIII

Londres, 10 de enero de 1918

Pese a la entrada en la guerra de los Estados Unidos la pasada primavera, durante los últimos meses la situación de las fuerzas de la Entente no había dejado de empeorar. La guerra en el este de Europa parecía vista para sentencia toda vez que el nuevo gobierno bolchevique había solicitado un armisticio que, a su vez, había facilitado que las fuerzas alemanas atacasen los últimos reductos rumanos desde el mar Negro, siguiendo los cursos fluviales para sostener su ultima ofensiva. Con ello la suerte de Rumania estaba echada y era muy dudoso que lograse llegar a la próxima primavera.

Pero si bien el frente del este era esencial, era lo que estaba pasando a miles de kilómetros al sur de allí, en Egipto, donde se encontraba el verdadero nudo gordiano de la guerra. Allí las fuerzas de los Imperios Centrales no solo habían rechazado la ofensiva británica sino incluso habían logrado contratacar y expulsar a los británicos del Sinaí, llegando a las puertas del canal.

Durante un tiempo las fuerzas británicas creyeron que podrían repetir la defensa realizada dos años atrás frente a los turcos, pero los tiempos habían cambiado mucho desde entonces. Las fuerzas de los Imperios Centrales ahora disponían de artillería de asedio con suficiente alcance como para negar el uso del canal desde más allá de el alcance de la artillería británica y no tardaron en llevarla al frente.

Tras varias semanas de pruebas con escaso éxito la llegada de telémetros de coincidencia enviados por la marina alemana iba a marcar la diferencia y el 8 de enero, a las dos de la mañana, los artilleros austrohúngaros descubrieron un carguero que trataba de entrar en el Mediterráneo. De inmediato la artillería alemana, equipada con cañones de campaña 17cm SK L/40 I.R.L. Auf Eisenbahn-wagen, de origen naval, disparó proyectiles iluminantes sobre el canal.

By Anonymous circa 1900-1920 – Own work (Private post-card collection), Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=66147574

Estas piezas alemanas tenían un alcance de más de 24.000 metros y eran tan pesadas que para su transporte debían ser divididos en tres cargas, pese a lo que aun eran demasiado pesadas para su transporte con caballos. Por fortuna en este frente el ejército español había desplegado más de dos mil camiones y un centenar de potentes tractores de artillería Elizalde, y con su ayuda consiguieron llevarlos hasta el paso de Mitla.

Con el canal iluminado por los cañones alemanes, la artillería austrohúngara abrió fuego sobre el desdichado carguero que resultó ser el vapor ingles Polescar, de 5.832 toneladas de desplazamiento. Un vapor que llevaba un preciado cargamento de alimentos procedente de Canadá. El vapor sorprendido en medio del canal mientras lo atravesaba durante la noche y a poca velocidad, trató de aumentar su velocidad para salir de la zona de muerte, sin embargo no fue suficiente. Durante los días anteriores los cañones austrohúngaros habían horquillado el canal de forma efectiva y ahora, además, contaban con los telémetros de coincidencia para guiar sus disparos, por lo que los proyectiles llovieron sobre él sin cesar.

A las 02:12, tras cuatro minutos y medio de bombardeo, el buque fue alcanzado por primera vez por un proyectil de veinticuatro centímetros que atravesó tres cubiertas estallando en su interior, lo que resultó en un aparatoso incendio. Con el barco envuelto en llamas y haciendo cada vez más agua por unos remaches que estaban saltando debido a la presión del agua provocada por las explosiones cercanas, el Polescar empezó a hundirse.

Para ese momento su capitán había resultado gravemente herido y tuvo que ser evacuado del puente, tomando el mando el señor Laurie, tercer oficial del buque, que trató de apartar el buque del canal para no obstruirlo. Fue una lucha constante contra un buque que siguió recibiendo impactos de artillería hasta que logró alcanzar el gran lago amargo o “al-Buhayrah al-Murra al-Kubra”, donde acabó por naufragar. Fue la constatación de que el canal de Suez acababa de ser cerrado.

—La situación en Egipto sigue deteriorándose. El general Allenby informa de importantes labores de fortificación enemigas en los pasos de Mitla y Gibi, al menos una división en cada uno. También informa de que el enemigo esta realizando grandes trabajos de construcción en el interior de la península para mejorar sus caminos por los que ya transitan cientos, tal vez miles de camiones cada día, por lo que el enemigo está bien abastecido y su situación no deja de mejorar.

Por su parte el ejército de Egipto está recuperando su fuerza y casi la mitad de los hombres que causaron baja por disentería y otras enfermedades tras la retirada del Sinaí, se han recuperado, sin embargo el general Allenby informa de que aún es pronto para atacar. —explicó el capitán Sir Mansfield George Smith-Cumming, oficial de inteligencia en el SIS y posteriormente en su continuador, el MI6.

—¿A qué nos enfrentamos en Egipto? —preguntó el general John French, comandante en jefe del ejército británico.

—Nuestros agentes informan de la presencia de uno de los cuerpos de ejército españoles en el interior del Sinaí. Eso vendrían a ser tres divisiones de entre doce y catorce mil hombres cada una, con algunas unidades de apoyo como escuadrones de blindados de reconocimiento y aviones de combate. También en este frente han sido detectadas varias unidades alemanas y austrohúngaras que llevaban años apoyando a los turcos.

Ya en la costa mediterránea, los turcos cuentan con al menos un cuerpo de ejército completo que ha sido reforzado por una división alemana de unos dieciocho mil hombres, aunque este frente está menos consolidado pues el enemigo carece de los medios automóviles que permiten mantenerse al enemigo en el interior del Sinaí.

—¿Sabemos algo de qué tipo de cañones emplea el enemigo para alcanzar el Sinaí? —quiso saber el almirante Lord Jellicoe.

—Por desgracia sabemos muy poco. Se trata de cañones de gran calibre, sin duda de más de diez pulgadas, pero desconocemos si se trata de cañones nuevos o algún tipo de cañón naval reciclado o quien lo emplea. Eso sí, recientemente la artillería enemiga en el paso de Mitla ha sido reforzada por varios cañones de gran calibre que creemos son los cañones alemanes de origen naval de diecisiete centímetros de los que nos han hablado nuestros agentes en Flandes. Una artillería que cuenta con unos veinticuatro mil metros de alcance. Desde las posiciones en la que están no alcanzan el canal por unos mil metros de distancia, pero apoyan de forma eficaz al resto del ejército y a los propios cañones pesados que mencioné anteriormente.

—Gracias, capitán Mansfield. —dijo Lord Jellicoe. —Actualmente nuestros buques en el Mediterráneo son incapaces de alcanzar a esa artillería, así que el vicealmirante Napier ha solicitado que les enviemos buques con artillería capaz de alcanzar objetivos a más de veinticinco mil metros. Los únicos que tenemos son el crucero de batalla Hood y los monitores Mariscal Soult y Mariscal Ney, cuyos cañones de quince pulgadas pueden superar los veinte grados de elevación y, por lo tanto, alcanzar objetivos a esas distancias.

El problema que se nos presenta es que los monitores tienen una velocidad máxima de nueve nudos, así que viajar desde el canal hasta Suez circunnavegando África les llevará algo más de dos meses y eso solo si realizan todo el viaje a una velocidad cercana al máximo.

—Entiendo que esas velocidades castigarían demasiado a su maquinaría lo que no es bueno… —respondió John French. —El general Allenby quiere esperar a la llegada de las tropas evacuadas de Macedonia para pasar a la ofensiva. Para entonces, además, espera haber recuperado a más del 80% de los hombres que siguen enfermos, recuperando su fuerza de combate.  ¿Cuál es la situación de la evacuación de Grecia? —preguntó por ultimo.

—Marcha a buen ritmo aunque sufrimos algunos contratiempos en el mar. Ayer sufrimos la pérdida de uno de los transportes de tropas empleados en la evacuación al ser torpedeado por un submarino, pero ya hemos logrado sacar dos divisiones y grandes cantidades de equipo. —respondió Lord Jellicoe.

—Bien, en tierra el ejército griego no ha presentado resistencia y hemos logrado desarmar a cuatro de las divisiones griegas, apoderándonos de sus armas y equipos. Nuestro embajador y el embajador francés se reunieron con el primer ministro griego y le dijeron que la entrega de las armas de esas divisiones y la ocupación de Creta era el precio que iban a pagar por haber permitido la entrada enemiga en la macedonia oriental sin resistirse y que si presentaban batalla nuestra flota arrasaría Atenas con sus cañones. En cuanto a los búlgaros, hasta ahora su ejército no parece haber sospechado nada y se mantiene en sus posiciones. Capitán Mansfield ¿Sabe algo el servicio de inteligencia? —explicó French antes de dirigirse al espía.

—Por suerte los alemanes están totalmente concentrados en acabar con Rumania y el frente de Macedonia corre totalmente por cuenta de los búlgaros, a los que los constantes bombardeos de artillería parecen haber confundido, no muestran demasiadas ansias combativas. Parecen creer que todo es una maniobra para desarmar al ejército griego y no una evacuación.

—Mejor así. Cuanto menos sospechen y menos ataquen, más tropas y materiales podremos evacuar y mucho me temo que necesitaremos tantas tropas como sea posible durante los próximos meses. —dijo French antes de dirigirse a Lord Jellicoe. —Decidme, Lord Jellicoe ¿Enviareis los monitores hacia el canal?

—Partieron hace cuatro días y a estas alturas navegan debidamente escoltados al oeste de Portugal. —respondió el almirante. —En cuanto dejen atrás España y el peligro de submarinos su escolta regresará y ellos seguirán su viaje en compañía de dos cruceros y varios buques de apoyo.

—¿Y cuándo acabará la evacuación de Grecia?

—Como mucho en dos semanas, con suerte algunos días menos estará finalizada.

—Esperemos que salga bien. Los franceses quieren llevar sus divisiones a Argelia para contraatacar de inmediato y nosotros necesitamos esas divisiones en Egipto para hacer otro tanto.

—¿Qué pasará con las divisiones serbias? —preguntó el almirante Jellicoe.

—Irán destinadas a Italia, que como bien sabe sufrió un descalabro durante la última ofensiva enemiga perdiendo trescientos mil soldados en ella.

—Espero que sea suficiente, Sir John, necesitamos abrir el Mediterráneo como sea. El control del estrecho y la negación de la navegación por el canal de Suez a nuestras fuerzas nos pone en una situación catastrófica. El enemigo ha atrapado a una importante flota en el Mediterráneo y está asfixiando a Italia, privándola de aire… o mejor dicho, la está privándola de alimentos y combustible al impedir que les lleguen buques desde el exterior. Debido a ello, su gobierno no deja de implorarnos por ayuda.

—Capitán Mansfield ¿Sabemos algo de España? —preguntó French.

—Señor, por desgracia España es prácticamente un punto negro en cuanto a nuestras capacidades de inteligencia. Antes de la guerra Francia no había dedicado ningún interés por España y a nosotros no nos iba mucho mejor y después fue demasiado tarde. Durante un tiempo contamos con algunos agentes que pudieron actuar haciéndose pasar por norteamericanos, algunos lo eran realmente, pero destacaban demasiado en España y eran seguidos a todas partes por agentes enemigos que los controlaban demasiado de cerca como para resultarnos útiles. La situación es tan mala que podría decirse que la poca información que logramos llega a través de la frontera con Portugal.

—Entiendo… España se ha convertido en un verdadero dolor para nosotros. La declaración de guerra por el gobierno de Dato fue una desagradable sorpresa y las pocas esperanzas que tuvimos de derrotar a España de forma rápida desaparecieron cuando la ofensiva de Francia acabó con la caída del gobierno de Romanones, que fue sustituido por un militar veterano como Weyler. Creo que toda está situación es obra de Weyler, ellos vieron que podían estrangularnos cerrando el Mediterráneo y cesaron de buscar la forma de lograrlo, casi obligando a los italianos a declararles la guerra para tener la excusa de acabar con el protectorado italiano y cerrar así el estrecho. —explicó French.

—¿Por qué cree eso, general? —quiso saber Jellicoe.

—Cuando Italia les declaró la guerra reforzaron las ciudades de Ceuta y Melilla con una velocidad que solo puede explicarse si ya estaban preparados y no solo eso, en aquellas ciudades ya tenían suministros para soportar sus operaciones posteriores.

—Le entiendo y tiene sentido…

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