Desprendimiento IV

Varias localizaciones, 11 de diciembre de 1917

El comandante Galarza se enfrentaba a la necesidad de organizar el suministro de agua, combustible, municiones y suministros en general a una fuerza que no dejaba de crecer en número. La columna del coronel Vigón se había convertido ya en una brigada completa y ahora estaba recibiendo ya al resto de la división, que sería solo la primera de las tres divisiones del cuerpo de ejército en desplegar en el interior del Sinaí. Aquello suponía todo un reto que no tardó en mostrar las limitaciones de los medios actuales.

Los camiones aljibe eran perfectos para transportar esencia, pero carecían de versatilidad y no podían llevar ningún otro tipo de suministro pues era un camión especializado. Un problema que se acrecentaba por cuanto un aljibe que había recibido benzina ni tan siquiera podía transportar agua en el mismo aljibe.

Los bidones de combustible eran mejores en ese sentido pues podían ser transportados en cualquier tipo de camión que bien podía llevar hombres, cualquier tipo de suministro incluyendo los bidones de combustible, sin embargo tenían sus propias carencias. Un bidón pesaba más de ciento sesenta kilógramos a plena carga y, por lo tanto, era sumamente engorroso de transportar. Incluso aquello era un problema que parecía una nimiedad al compararlo con el que había aparecido cuando la columna Vigón se encontró en medio de una batalla motorizada. Los bidones eran poco manejables y requerían unos medios y hombres que en medio del combate pocas veces estaban disponibles, dificultando su empleo y lastrando las operaciones.

La tercera de las opciones eran las latas de combustible de dos y tres litros. Unas latas comunes a todos los automóviles hasta aquel momento que sí permitían su empleo sin preparación previa ni medios extraordinarios pero que se había revelado tremendamente frágiles durante los últimos días. A esas alturas ya tenía ante sí reportes de todas las unidades que participaron en la marcha indicando lo mismo, las latas reventaban con unos pocos golpes e inundaban de esencia los vehículos en los que eran transportadas al punto que muchos de los oficiales ya habían impartido ordenes prohibiendo fumar cerca de los vehículos.

La situación era tan chusca que ya había visto a algunos soldados empleando garrafas de vidrio para transportar la esencia de sus camiones. Por extraño que pareciese las garrafas de vidrio estaban demostrando ser más resistentes que las latas (sobre todo las que llevaban cubierta de mimbre) y más manejables que los bidones, aunque no pasaba de ser una solución temporal.

By John5199 – Flickr: Duxford Airshow 2012, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=21285414

Con vistas a solucionar aquel problema que había aparecido y que sin duda iría a más conforme fuese llegando el resto del cuerpo de ejército, Galarza escribió un memorando en el que solicitaba al Ministerio de Armamento el diseño de una nueva lata de esencia que cumpliese con ciertos requerimientos:

Galarza cifraba su capacidad idónea entre los diez y veinte litros con el fin de que pudiese ser manejada por un solo hombre, para lo que sería adecuado proveerla de una asa que facilitase su operación. El material idóneo para ella sería el latón, aluminio o alguna combinación metálica que le ofreciese resistencia a los golpes… bueno, si necesitaba que fuese tan resistente mejor el acero, e incluso este debería tener un grosor adecuado. A esto añadía que con el fin de aprovechar mejor el espacio en la caja del camión o con el fin de poder ser colgada o colocada en el estribo del automóvil, sería adecuado que tuviese forma cuadrada o rectangular, lo que además, facilitaría que fuese apilado uno encima de otro aprovechando mejor el espacio.

De hecho hacía más que solicitar el diseño de una nueva lata. Aquella situación le proporcionaba una oportunidad que no pensaba desperdiciar, así que él mismo estaba diseñando una lata cuadrada que cumplía con esas características y sobre la que pensaba solicitar la patente correspondiente. Como punto de partida empleó las latas de lubricante fabricadas por “Desmarais Hermanos” en el Astillero, aunque esa fábrica al igual que su vecina “Deutsch y Compañía” fueron nacionalizadas al estallar la guerra por ser de capital francés.

La lata de Desmarais era de base rectangular, casi cuadrada de hecho pues medía 14 por 12 centímetros y tenía 34 centímetros de alto. Gracias a su forma lograba no desperdiciar espacio al permitir su colocación una junto a otra sin dejar huecos entre sí. Su lomo estaba reforzado por una serie de aristas y un cuadro en relieve que les proporcionaba una buena resistencia a los golpes. Tal vez la única debilidad de aquel diseño era su asa, que por su forma impedía o dificultaba su apilamiento una sobre otra. Por suerte aquello tenía una fácil solución. En lugar de una única asa colocada en diagonal en el centro de la parte superior, colocaría dos… no, mejor tres asas longitudinales, desplazando la boca del bidón para acomodarla en otro lugar. De esa forma las tres asas servirían de base sobre la que podía apilarse otra lata sin problemas.

Aunque Galarza no lo sabía su campamento estaba siendo observado por el teniente Lawrence, que estudiaba las defensas del poblado mientras veía el ir y venir de los camiones. Solo era mediodía y ya había contado dos convoyes que sumaban más de un centenar de camiones procedentes del este. A ese ritmo calculaba que el enemigo estaría recibiendo del orden de cuatrocientas o quinientas toneladas de suministros al día, lo que era suficiente para mantener a un ejército de cincuenta mil hombres en el interior del Sinaí, algo muy preocupante.

Cerca de allí el monitor HMS M29 se acercó a la costa del Sinaí y localizó una columna otomana cerca del El Arish, abriendo fuego de inmediato. Por suerte para los otomanos este era un buque equipado con solo dos cañones de 152mm, que no podía compararse con otros buques mucho mejor armados y aquello evitó males mayores. Aun así el 33 regimiento de infantería de la 16ª división sufrió un duro castigo y perdió todo un día reagrupándose y tratando a sus heridos.

Cuando pudieron reanudar la marcha al día siguiente las posibilidades de alcanzar a los británicos antes de que estos alcanzasen el canal se habían esfumado.

El coronel Vigón alcanzó con su columna el paso de Mitla, iniciando inmediata-mente la fortificación. Dos días atrás había empezado a llegar el resto de su división que se hizo cargo de la defensa del paso de Gidi, permitiendo a su fuerza motorizada dirigirse al cercano paso de Mitla. Un paso indispensable en los planes españoles pues estaba mucho más cerca del canal que el de Gidi.

Acababan de empezar a atrincherarse cuando una agrupación de vehículos llegó hasta ellos. En ella viajaba un oficial austriaco con varios de sus subalternos. El equipo de artillería encargado de los dos grandes cañones que iban a emplazar en aquel paso.

—Hemos dejado los cañones cerca del paso de Gidi en un nuevo campamento que está construyéndose. —explicó el teniente Trump mientras nosotros nos adelantábamos a explorar.

—Bien ¿Qué necesita, teniente? —le preguntó Juan Vigón.

—El alcance de nuestros cañones es de veintiséis kilómetros y el canal está a unos treinta kilómetros de aquí.

—Ya veo. Tenemos que montar una base de artillería fuera del paso. Buscaré la mejor posición con mis hombres. ¿Algo más?

—También necesitaremos un lugar despejado para observar el canal. Creía que no tendríamos problemas porque este puesto está doscientos metros más elevado que el canal, que se encuentra en el llano, pero esas dunas unidas a la distancia pueden ser un problema. —respondió Trump.

—En ese caso ¿qué me dice de montar el puesto de observación en esas montañas de nuestra espalda? —respondió Vigón señalando unas montañas que debían superar los trescientos metros, alguna de ellas incluso los cuatrocientos. —No están tan lejos de donde estará la base de artillería y nos permitirá un gran radio de visión.

—No es mala idea. ¿Cuándo empezaran a construir la base de artillería?

—En cuanto hayamos seleccionado el emplazamiento. Si lo desea le cederé algunos blindados para explorar el terreno en compañía de mis artilleros mientras nosotros seguimos fortificando este paso. En cuanto tengan el emplazamiento enviare tropas a fortificar también ese lugar. —respondió Vigón.

Precisado de enviar mensajes a España, Santiago Boned o, como era conocido en Rusia, Edgardo Fernandes, se dirigió a Semiorzeye, una localidad a sesenta kilómetros de la ciudad en la que ocupó directamente la estación de telégrafo, pistola en mano y profiriendo improperios sobre “órdenes del pueblo”. Cuando el comité del soviet local se acercó a ver qué ocurría, Boned se dirigió a ellos con una voz pausada y con seguridad, dando a entender que quien se interpusiera en su camino sufriría las consecuencias.  —Camarada, no sabes quién soy, aquí no está pasando nada. Ahora desapareced y olvidad que me habéis visto.

A continuación, empezó a telegrafiar a Suecia, un mensaje en el que animaba a cierta persona a alzarse en nombre del socialismo, pasando a relatar los logros del soviet ruso. La franqueza en cambio resultaba excesiva.  Relataba las violaciones, asesinatos y la “limpieza de clases” que estaban llevando a cabo sobre burgueses y funcionarios.

Muy lejos de allí en la costa de Flandes el capitán Stege reunió a sus hombres para dirigirse a ellos. Debían recoger todos sus enseres y equipo pues su batería, la 423, acababa de ser destinada a Palestina. Esa misma tarde debían abordar un tren que los llevaría a Estambul, desde donde pasarían a Palestina, viajando siempre en tren. Tan solo iban a realizar una breve parada en Munich, donde perderían un día para recibir nuevos uniformes y equipo más acorde al nuevo clima al que se dirigían. Stege les aseguró que si estaban hartos de las lluvias del canal de la Mancha pronto las dejarían atrás y ese sol que tanto añoraban se convertiría en una pesadilla para todos ellos.

La 423 no era la única batería que Alemania trasladaba al nuevo frente pues pensaba reforzar el dispositivo en el canal hasta que este fuese infranqueable. Lo único que lamentaba el general Hindenburg, que se había hecho cargo del estado mayor alemán, era no poder trasladar artillería en ferrocarril hasta aquel lugar.

Quienes si iban a ser trasladados eran un grupo de aviones de caza equipados con doce Albatros D.V. Uno de los aviones de caza más modernos y eficaces con los que contaba Alemania. Junto a ellos viajarían ocho aviones del mismo modelo en su versión de exploración y una escuadrilla de dieciocho bombarderos AEG GIV.

Con ello el componente aéreo del “Levanten Korps” iba a sufrir un cambio radical. Se triplicaría su numero al mismo tiempo que la calidad de sus aviones se homogeneizaba con los de los frentes más importantes como el de Flandes. Aunque no lo parecía eran pequeños indicios de la importancia que las Potencias Centrales daban ahora a aquel frente.

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