Viento divino VI

Benasque de 1915

Leonardo Torres Quevedo observó las grandes montañas de la zona con cierta aprensión. La tarea que le había sido encomendada era ciertamente enorme. Cuando llegase la primavera, las unidades de cazadores ascenderían a las cumbres de las montañas para establecer una línea defensiva en las alturas y esas tropas precisarían de ingentes cantidades de suministros. Por supuesto podrían enviarse los suministros por medio de recuas de mulas, pero ese medio sería casi impracticable en invierno y las tropas seguirían precisando de suministros.

La solución era llevar los suministros por medios mecánicos y en ese aspecto, según el ministerio de armamento no había mejor opción que el propio Leonardo Torres Quevedo. Ciertamente él tenía un amplio bagaje a sus espaldas, pues llevaba más de dos décadas dedicado a estudiar y construir este tipo de ingenios. Aun así, el trabajo que tenía ante sí era colosal. Debía diseñar y dirigir la construcción de varios funiculares, teleféricos o transbordadores a lo largo de los pirineos. Enlazar los grandes picos con los centros de suministros que había al pie de las montañas podía ser el trabajo de su vida.

Teleférico de San Sebastián

Por supuesto no trabajaría solo. Él diseñaría los funiculares y teleféricos, pero había un pequeño ejército de ingenieros que serían los encargados de diseñar y dirigir la construcción de cada una de las torres y centros de maquinaria de estos funiculares, así como de asentarlos en aquel difícil terreno de forma eficaz. En gran medida de ellos dependería el éxito de la obra encomendada. Una torre mal asentada, una estructura debilitada y todo se iría al traste echando a perder su trabajo.

Como fuere, debían ponerse a ello. Durante los últimos meses decenas de miles de obreros habían trabajado en las grandes líneas de defensa, pero las obras ya habían concluido en las zonas más expuestas de Irún y Figueras. Gracias a ello miles de ellos serían llevados a los pirineos para construir esta obra y lo harán de forma simultánea, con múltiples equipos trabajando al unísono con el fin de construir todas las torres a la vez. Cada vez quedaba menos tiempo y el mando creía que a más tardar en verano, la Entente pasaría al ataque. Era imperativo que para aquel momento las nuevas estructuras estuviesen, si no finalizadas, sí en un grado de avance que permitiese su finalización antes de la llegada de las nieves.

Ebebiyin, noroeste de Bata de 1915

Antiguo puesto de mercaderes, Ebebiyin era el principal paso terrestre fronterizo entre el Camerún Alemán y la Guinea Española. Mientras en el resto continental de la colonia a excepción de Bata, la defensa corría a cargo de fuerzas guerrilleras, en un intento más político que militar de salvaguardar la presencia española en el África Ecuatorial, en Ebebiyin había quedado destacada una compañía de tiradores africanos. Con oficiales españoles, los suboficiales y tropa eran africanos, de probada lealtad a España.

Con las últimas luces del día, el Capitán Benítez observaba como una columna de tropas alemanas se dirigía hacia su puesto. A Benítez le llamaba la atención que entre las tropas germanas hubiera pocos africanos. Al mando del Capitán Steiner, la columna estaba formada por soldados europeos y algunos nativos de la Schutztruppen X, así como civiles armados y sus familias. La lealtad de las tropas de origen africano había desaparecido, cuando frente a Cocobeach los franceses aparecieron con unidades reclutadas entre los nativos gaboneses de la misma etnia. La mayoría de los nativos sur cameruneses eran de la etnia fang y desde el inicio de las hostilidades tanto franceses como británicos habían alentado a las etnias no fang a rebelarse contra la presencia alemana.

Con sus soldados europeos, africanos y civiles ahora armados con el equipo de los africanos desertores, recibió en el último mensaje radiográfico antes de partir del Muni Meridional ordenes de abandonar el Neue SudKameroon en dirección al norte para unirse a las fuerzas de Zimmermann, comandante en jefe de las fuerzas alemanas en Camerún o de internarse en la Guinea Española, llegado el caso. La colonia estaba prácticamente en manos francesas, belgas y británicas, a excepción de una zona en el norte y Yaundé. En Edoum encontró una columna belga proveniente del Congo, pero dada la situación de paz entre Bélgica y España, no habían traspasado la línea de demarcación hispano-alemana, para enojo del general Aymerich.

Esta situación llevó a Steiner a buscar la localidad de Bitam, donde se reuniría con los supervivientes de la Schutztruppen XI, perseguidos por una columna francesa proveniente del África Ecuatorial y del Ubangui. Con los franceses pisándole los talones, Steiner decidió de acuerdo con sus órdenes entrar en la Guinea Española. Conocedor de la beligerancia española el comandante alemán ofreció unir sus fuerzas a las de Benítez y rechazar a la columna francesa. Benítez debió decepcionar a Steiner, tanto por el número de sus soldados, como por la composición de su tropa, sin soldados europeos. Aun así, agotados tras la larga marcha, los alemanes decidieron de acuerdo con Benítez fortificar Ebebiyin e intentar rechazar a la columna francesa. Benítez, carente de artillería, como los alemanes, creía en la inutilidad de tal gesto, pero si resistía, daría opciones a las fuerzas de guerrilleros y a los irregulares fang de atacar por la retaguardia a los franceses.

Benítez, reunió a sus oficiales y suboficiales, dando orden para que los más capaces de ellos acudieran a los puntos de encuentro establecidos con las guerrillas, e informar de sus intenciones a los jefes de las partidas. Dos días después de la llegada de los alemanes, la artillería francesa disparaba sobre Ebebiyin. A las primeras de cambio, los civiles armados alemanes abandonaron la línea, provocando que la sección que Benítez había dejado en reserva tuviera que tapar la brecha. Los alemanes quedaron sorprendidos del ardor guerrero de los negros de los españoles, pero Benítez no tenía la menor intención de explicar a sus invitados las cuitas entre los fang y los gaboneses y ubanguis que formaban las unidades francesas. Los fang habían permanecido animistas con la complacencia española, los gaboneses y ubanguis habían abrazado el catolicismo de los colonos franceses; y éstos habían sido utilizados por los franceses para expulsar a los fang de sus aldeas de las orillas del Muni, para apoderarse de las pesquerías. Los Benga y los Ubangui no eran pescadores.

Tras dos días de lucha los franceses se retiraron, agotada su escasa munición artillera y ante las bajas ocasionadas por las dos ametralladoras de Steiner, al pretender un asalto a la bayoneta. Los hispano-alemanes recuperaron todo el material útil abandonado por los franceses. Benítez y Steiner acordaron mantener la defensa de Ebebiyin mientras fuera posible, antes de integrarse en la guerrilla, sabedores de la práctica imposibilidad de los franco británicos de vadear por el momento el Campos y el Muni, pues los alemanes tenían órdenes de destruir toda la infraestructura fluvial durante su retirada.

Mientras resistieran a la Entente en Ebebiyin darían una oportunidad a Bata y Yaundé, siempre y cuando los Aliados distrajeran tropas. Bata no podría resistir un ataque naval, como ocurrió en Douala, pero ni Steiner ni Benítez podían conocer si existía una escuadra enemiga. El teniente Müller fue destacado hacia Amban y Meyo, con la intención de reclutar civiles europeos y nativos leales a Alemania, especialmente entre los fang.

—Mi Teniente coronel, se está luchando en Ebebiyin. —dio parte el sargento de transmisiones Lucas Soares a su comandante, el teniente coronel Millán-Astray.

—¿Ha sido confirmada la noticia? ¿Es un combate y no una emboscada?

—Sí, mi teniente coronel. Según los informes, el capitán Benítez y sus hombres están tratando de defender la ciudad. —respondió explicando la situación.

—Ya estamos… —dijo Millán-Astray llevándose las manos a la cabeza. —Hay veces que creo que los oficiales de academia son… ¡Aghhhh! —gritó con decepción, antes de inspirar largamente para calmarse. —¡Nada, que no son capaces de entender conceptos como el de guerrilla! Ceder el territorio, pero negar su aprovechamiento al enemigo. ¿Qué demonios le impedía evacuar hacía la costa a los refugiados tal y como llegaron? Envíe un mensaje a Benítez. A partir de este momento manda una unidad independiente formada exclusivamente por los hombres que tiene a su disposición en la aldea, cuando la situación se haga insostenible tiene permiso para ganar la costa y si tiene suerte, ser evacuado a Santa Isabel y sino…. ¡Que le den! 

A continuación, envíe un segundo mensaje, esta vez al alférez Gil. Su sección queda desgajada de la compañía del capitán Benítez. Ahora tiene un mando independiente y tiene prohibido prestarle ayuda. Su primera orden consistirá en cambiar de posición los depósitos de suministros de su unidad. Si Benítez es superado no quiero que el enemigo averigüe la situación de nuestros suministros en un interrogatorio.

Poco después, recibidas las ordenes de Millán-Astray, el capitán Benítez respondía. —Sargento N’Dongo, cablegrafíe la respuesta siguiente:

“Fuerzas a mi mando y el equivalente a dos compañías reducidas alemanas rechazamos a columna francesa. Imposible abandonar a sus suerte a civiles alemanes provenientes del Estuario del Muni. Patrulla alemana regresó con otros 30 hombres y cañón 37 mm. Infantería. Dispongo de 300 hombres armados con suficientes pertrechos. Mantendremos posición. Moral alta. Solicito permiso para que Alférez Gil parta con civiles alemanes y españoles. En caso negativo les escoltaré hasta líneas francesas. Capitán Steiner queda a sus órdenes. Población nativa coopera en labores de fortificación.”

Benítez, con los hombres que vinieron con Müller, seremos unos trescientos. La ayuda de la población local es importante, pero deberían evacuar hacia el interior al personal civil, que acudan a las aldeas. Los franceses traerán más artillería. En caso de ataque general deberemos intentar alcanzar Micomeseng, para posteriormente dirigirnos hacia Bata o Mbini. Para cuando llegáramos a la costa, de lograrlo, estará en manos de la Entente. Creo que será más inteligente hacernos fuertes en Micomeseng. Tal vez algunas unidades alemanas hayan cruzado el Campo. ¿Steiner?

—Son las familias de mis hombres y algunos colonos ahora armados… cuando partamos o quedemos pocos de nosotros, dejaremos un oficial que negocie su suerte con los franceses. —respondió Steiner, reacio a dejar a sus familias atrás.

Aunque los españoles que luchaban en Guinea Ecuatorial Española no lo sabían, casi tres mil kilómetros al noroeste de allí, un pequeño grupo de españoles buscaba la forma de salir de la Guinea francesa.

La Naval, Reinosa

A principios de siglo con los planes de potenciación de la Marina efectuados por el almirante Cámara, llegaron las necesidades de dotar a los modernos buques con una artillería adecuada a sus necesidades. El gobierno no tardó en adjudicar la construcción de los nuevos buques a la recientemente formada SECN (Sociedad Española de Construcciones Navales), advirtiendo que sus talleres de armamento de Ferrol y Cartagena eran inadecuados para dar cumplimiento a sus necesidades. 

No tardó en aprobarse la construcción de dos nuevas siderúrgicas. La que sería conocida como “La Naval” de Reinosa y la de San Carlos o “La Constructora”, en San Fernando, Cádiz. Pronto se escogieron los terrenos y se empezaron a levantar las infraestructuras necesarias, mientras delegados de la armada recorrían Europa en busca de la maquinaria necesaria para equipar a esas impresionantes factorías. 

En 1909 empezaron los trabajos de explanación en La Naval, a lo que siguió el inicio de la construcción, avanzando los trabajos lentamente. Ese noviembre se finalizó la construcción del puente de ferrocarril sobre el río Híjar, lo que aceleró notablemente los trabajos. Así en 1910 se recibió gran parte de la maquinaria, se aceleraron los trabajos en la fundición y se inició la instalación de la primera prensa de 1.000 toneladas. 

Los trabajos finalizaron en 1911 con la instalación de la segunda prensa de 1.000 toneladas, y de otros detalles menores. La nueva industria quedaría en disposición de trabajar en la fundición desde finales de 1912, enviando piezas a diferentes industrias del país. El resto de las capacidades no serían alcanzadas hasta el año siguiente cuando entrasen en servicio las prensas de 3 y 6.000t. España podía fabricar piezas navales modernas de hasta 381mm. ¿Quién iba a imaginar, entonces, que los ingenieros británicos en los que confiaban para dirigir sus trabajos tendrían que abandonar el país con el estadillo de la guerra?

Río Ntem, Guinea Ecuatorial

La hacienda del Robledal era propiedad de un cubano reasentado en 1897 y había prosperado explotando las maderas nobles de la zona. Situada cerca de la frontera con el Camerún alemán marcada por el propio río Ntem, tras el estallido de la guerra había sido evacuada por su propietario, quedándose en ella un pequeño destacamento de la guerrilla, encargado de dar la alarma si se daba la esperada invasión enemiga. En cambio, quienes llegaron fueron unas docenas de áscaris al mando de un sargento alemán.

Dos noches después, todos ellos vigilaban el mar ansiosamente cuando unos destellos les informaron de la llegada del buque de auxilio que esperaban. Se trataba del cañonero Nueva España llegado desde Santa Isabel en su ayuda. Tras comprobar la autenticidad de los códigos de identificación los alemanes corrieron hacia las playas, donde embarcaron en los botes que lo llevaron al cañonero. Una hora después el Nueva España navegaba a 16 nudos rumbo a Santa Isabel.

La evacuación de tropas alemanas había comenzado.

Centro logístico de Auch, Francia

Ese es el precio, lo tomas o lo dejas, hay cientos de compradores interesados aparte de ti. —afirmó el Tte. Iglesias Lujan con seguridad.

—Aquí tiene. —dijo su interlocutor, tras unos instantes de duda, entregándole un fajo de francos.

—Gracias. Puede recoger las cajas en la parte de atrás, Chemin de Barral. Le estarán esperando. Mientras su comprador desaparecía por la puerta, el Tte. Lujan guardaba los francos en una caja de caudales que tenía en la mesa. Con las ventas de hoy ya tenía 33.000 francos. Una fortuna lograda a costa de revender los pertrechos del ejército a las propias unidades y en no pocas ocasiones a los civiles franceses.

En el frente muchas unidades se estaban viendo obligadas a sustituir las prendas de abrigo reglamentarias por abrigos civiles enviados desde casa e incluso a adquirirlos por correo que, por extraño que pareciera, estaba funcionando con cierta eficacia incluso en el frente. Por desgracia las dificultades por las que pasaban las tropas no parecía importar a quienes robaban los suministros del ejército y el robo o desvío de suministros era una práctica mucho más habitual de lo que parecía.

Debido a ello los catálogos de las grandes firmas textiles abundaban en la línea del frente. Incluso se sabía que algunas de las principales firmas estaban modificando sus catálogos para ofrecer sus productos en el habitual gris verdoso o caqui de los uniformes militares. De hecho, ya había dos productos estrella.

El primero una chaqueta ceñida hasta la cintura con varios bolsillos o “cazadora”, de paño meltón. Un tipo de sarga de lana que por su densidad ofrecía un abrigo de buena calidad y cierta impermeabilidad. Esta prenda de cuello alto reforzado era muy similar a las guerreras de la administración militar, por lo que podían pasar como parte del uniforme sin demasiados problemas. Además, tenían la inestimable ventaja de permitir el uso del correaje de campaña por encima sin problemas.

La segunda de las prendas era un tabardo, también de paño. Una prenda con botones a ambos lados del pecho mucho más holgada y de una longitud que llegaba hasta la cadera o incluso un poco más abajo. Aunque estos tabardos ofrecían más abrigo eran bastante menos cómodos. Estaban pensados para vestirlos por encima del correaje, pero si se hacía así, dificultaba alcanzar las cartucheras, por lo que muchos soldados lo vestían por debajo de estas. El problema era que las trinchas resbalaban y los soldados tenían que recolocarlas constantemente, de forma que algunos acabaron por coserle unas tiras de tela en los hombros para colocar las trinchas por debajo.

Sede de la Compañía Valenciana de Vapores Correos de África

El secretario del Ministerio de Armamento, Francisco Rivas Moreno se trasladó a la sede de la Compañía Valenciana de Vapores Correos de África para reunirse con su presidente, Juan March Ordines, empresario naviero y financiero del que se rumoreaba que tenía negocios no demasiado transparentes. Sinceramente esperaba que esto último no supusiese ningún problema, pero por lo que parecía, desde que estalló la guerra, Don Juan se centraba más en su faceta empresarial legal. Sobre todo alrededor de la compañía naviera que presidía.

—Así que desea ayuda para reasentar en Valencia algunos talleres de armas eibarreses. —dijo March tras escuchar los motivos del secretario Rivas.

—No solo reasentarlos. Deseamos su ayuda para crear una gran empresa nacional reuniendo a los diferentes talleres eibarreses. Es algo que los belgas ya hicieron años atrás para crear la “Fabrique Nationale d´Herstal”, que la propia España hizo en Oviedo para crear la maestranza de armas o, salvando las distancias, su reunificación de varias líneas marítimas pequeñas en torno a esta compañía hace unos años.

—Entiendo. ¿Contare con ayuda económica del gobierno para ello?

—Por desgracia en estos momentos todos nuestros fondos se dedican a la guerra, pero estamos dispuestos a facilitar la entrada de accionistas en la nueva compañía, por supuesto, previa supervisión de antecedentes.

—¿Los armeros eibarreses están de acuerdo en esto? Porque me da la impresión de que ni tan siquiera lo saben.

—Les hemos avanzado nuestras intenciones de trasladar sus talleres por motivos estratégicos, eso es todo. Estoy seguro de que un hombre de su valía puede encargarse del resto.

—Bien, creo que puede hacerse y lo más importante, puedo encargarme de ello. No me es ajeno que también están trayendo maquinaria francesa de los arsenales capturados a Sagunto, para la Unión Naval de Levante dirigida por mi amigo el Señor José Juan Dómine, de la que por cierto, también soy accionista. Eso sí, necesitare varias cosas para llevar a cabo el proyecto.

—Usted dirá.

—En primer lugar que me cedan terrenos en Sagunto o cerca de allí. En segundo lugar la ayuda de expertos militares para levantar la fábrica que precisamos y, en tercer y último lugar, parte de la maquinaria que están trayendo de Francia. —explicó March.

—Don Juan… —empezó a decir el secretario Rivas para ser interrumpido de inmediato por March.

—Necesitó esas tres cosas, Don Francisco. El terreno porque es indispensable para levantar la fábrica y si queremos hacerlo con rapidez ¡necesitare que eliminen obstáculos o directamente me cedan el terreno adecuado. No tiene por qué ser en Sagunto, pero en principio cuanto más cerca de los altos hornos mejor, por eso propuse esa ciudad. El experto militar para poder levantar una fábrica en la que puedan trabajar esos armeros con eficacia, y las maquinas porque tendré que ofrecer algún incentivo a esos maestros armeros para que se sumen al proyecto. De hecho y ahora que lo pienso, necesitare una cuarta cosa del ministerio.

—Usted dirá.

—Que reduzcan los pedidos de armas eibarresas. Al menos de aquellas producidas en los talleres que quieren trasladar, los de pequeño tamaño.

—Entiendo. Quiere apretarlos económicamente para, al mismo tiempo, ofrecerles la salida de esta fábrica. Veré que puedo hacer. —respondió Rivas. Desde luego los motivos parecían razonables y serían la mejor forma de dar velocidad al proyecto del ministerio, él mismo ya se había planteado esa posibilidad. Lo hablaría con el ministro Bustamante, pero no esperaba hallar demasiados problemas en ello.

Casi al mismo tiempo a pocos metros de allí, Vulnesa presentaba su primer modelo de traje impermeable para las tripulaciones de los torpederos. Se trataba de un traje de dos piezas compuesto por unos pantalones peto y prenda superior cerrada que cubría el peto, ajustándose sobre este por medio de un cinturón. Ambas prendas estaban recubiertas de una fina capa de caucho vulcanizado que proporcionaban la impermeabilidad, y puños, tobillos y cuellos llevan refuerzos de látex que se ajustarían prietamente sobre los miembros del cuerpo para impedir la entrada de agua.

La prenda fue probada extensamente durante toda la jornada por un equipo encabezado por el recién ascendido a capitán de fragata, Victoriano López-Dóriga Sañudo y el ingeniero Ricardo Soriano. Las primeras pruebas realizadas a bordo de las lanchas rápidas fueron prometedoras. El traje mantenía su estanqueidad perfectamente y mantenía secos a los hombres por muchas salpicaduras que recibiesen, mientras estos conservaban toda su movilidad, así que por ese lado era todo un logro.

El problema surgió cuando trataron de probarlo en condiciones de agua. Lo hicieron saltando al agua desde las lanchas para nadar, simulando así un naufragio o accidente. Las limitaciones del traje no tardaron en hacerse patentes. En algunas ocasiones, si el impacto con el agua movía la prenda, el agua la unión de peto y prenda superior no era suficientemente estanca y el agua no tardaba en entrar en el traje, lo que ocasionaba un problema al llenarse de agua. En tiempos de paz no habría problema con esas limitaciones, pero como dijo Victoriano, en plena guerra a nadie le gustaría caer al agua con ese traje.

Había que encontrar una solución. Fue Soriano quien propuso añadir sendas piezas de látex al peto y al jubón en la zona de la cintura, de forma que estas se superpusiesen en una suerte de unión de librillo. De momento Vulnesa fabricaría medio centenar del traje de nadador modelo A en varios tallajes, para empezar a instruir a las tripulaciones de las lanchas torpederas. Mientras tanto seguiría investigando para desarrollar un traje más avanzado con un nuevo sistema de cierre y, a ser posible, aún menos voluminoso y más ligero.

Astilleros Dyle & Bacalan, Burdeos

Los dos flamantes destructores estaban preparados para hacerse a la mar, remolcados por seis remolcadores bilbaínos llegados a tal efecto. En el muelle, junto al astillero, el Tte. General Diego Muñoz Cobo, comandante del VI Cuerpo de Ejército, observaba como los trabajadores de la Euskalduna desembarcaban para ser sustituidos por dotaciones de marina de la reserva. Durante más de cinco meses habían trabajado en condiciones al límite para reparar los buques de las destrucciones llevadas a cabo por los franceses antes de la captura del astillero, principal objetivo del avance aun por encima de la propia ciudad que tan solo cayo tras un duro asedio de dos meses.

Ciertamente había sido una suerte que el rápido avance de los ejércitos impidiese a los franceses llevar a cabo destrucciones mayores, o el hundimiento de los destructores. Gracias a ello, tras reparar los múltiples desperfectos que iban de pequeñas voladuras a incendios o rotura de maquinaria, los buques estaban en disposición de partir, toda vez que precisasen de remolque. Si todo marchaba bien se unirían a las divisiones de corbetas 4ª y 5ª frente al estuario, esa misma tarde. La importancia de la captura había merecido el concentrar seis corbetas antisubmarinas para escoltarlas, pues desde mediados de diciembre se habían detectado un sustancial aumento de la presencia de submarinos enemigos en las costas españolas. Así pues, acompañados de sus escoltas navegarían hacia el sur durante toda la noche para minimizar las probabilidades de ser localizados y llegar a Bilbao a mediodía.

Ya en Bilbao entrarían en dique para las últimas reparaciones, tras lo cual los destructores San Juan, y Salta, que habían recuperado sus iniciales nombres argentinos, se sumarían a la armada española. Los trabajadores de la Euskalduna, una vez finalizada su labor en los destructores, debían dedicarse a desmontar toda la maquinaria para su envío a España junto al resto de materiales aprovechables.

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