La espina IX

Consejo de Guerra, Madrid, 6 de agosto de 1916

La guerra que algunos ya llamaban mundial o grande se había convertido en una guerra de espionaje tanto como bélica, con todas las naciones tratando de lograr ventajas por medio de los espías, y España no era ajena a aquello. Desde mucho antes de que empezase el conflicto el SIM había venido montando importantes aparatos de inteligencia en el extranjero, principalmente en los países hispanoamericanos incluyendo lusófonos y los pocos países no alineados con las grandes potencias. Una red de espionaje que no había hecho sino crecer desde el estallido de la guerra.

Por supuesto también el resto de naciones había hecho otro tanto y Díaz se las veía y deseaba para buscar a los agentes y colaboracionistas enemigos en España. por fortuna los primeros eran pocos, pues la mayor parte de naciones habían prestado muy poca atención a España antes de la guerra y ahora debían recuperar mucho terreno perdido. Algo muy complicado de hacer en pleno conflicto. Aun así lo intentaban y ante la dificultad de entrar en España, recientemente se había detectado un aumento de la actividad de agentes franceses en Portugal con la llegada de varios nuevos policías a la capital lusa. Con ello Portugal y especialmente su capital, se estaban convirtiendo en verdaderos nidos de espías, una tarea en la que España no iba a la zaga del resto de naciones.

Hoy sin embargo las noticias procedentes de Portugal eran aún peores y potencialmente mucho más peligrosas. Gran Bretaña seguía intentando atraer a la nación lusa a la guerra. Algo a lo que tanto el joven monarca como su gobierno eran reacios, sin duda, al menos en parte gracias a la presencia del ejército de la reserva que España mantenía en sus fronteras. Aquello no impedía que los británicos siguiesen intentándolo, prometiendo el oro y el moro a Portugal, buscando con ello abrir el segundo frente a España que le permitiese esquivar los pirineos y sumar otro cuarto de millón de soldados a su causa.

—¿Se ha confirmado la noticia? —preguntó Weyler que, a diferencia de sus antecesores trataba de asistir a todos los consejos de guerra que era posible, muchas veces en compañía del monarca a quien trataba de aprovechar para educar. Como Díaz respondiera que sí, Weyler repreguntó de inmediato. —¿Cuáles son los indicios que le llevan a creer que Gran Bretaña va a enviar esas armas a Portugal?

—Señor presidente. Tras la última campaña naval captamos varios mensajes de telegrafía sin hilos destinados a la estación naval británica en Viana do Castelo. Tras descifrarlos pudimos comprobar que se ordenaba al embajador ingles que tratase de atraer al gobierno luso, prometiéndole rearmar a su ejército como paso previo a nuevos acuerdos.

—Entonces es de suponer que saben de la acuciante inferioridad del ejército portugués, aun muy anticuado, frente al nuestro y quieren modernizarlo antes de pasar a mayores. —dedujo acertadamente Weyler.

—Esa ha sido la conclusión a la que hemos llegado, señor presidente. El caso es que tras la recepción de aquel mensaje el embajador o agentes de la embajada británica mantuvieron varias reuniones con personal del gobierno portugués, hecho que hemos confirmado gracias a la varios agentes que tenemos en torno al gobierno portugués o sus lugares de reunión.

Hasta ahí nada del otro mundo. El gobierno luso sabe que en estos momentos somos muy superiores a ellos tanto en material, su armamento está muy anticuado y lo tienen en escasa cantidad, como en número, pues solo el ejército de la Reserva ya supera en número al ejército portugués. Un problema aumentado por el elevado número de varones portugueses que entraron a trabajar en nuestros campos y fabricas desde el estallido de la guerra. Con todo ello dudamos que Portugal pueda moverse si antes no reciben armamento moderno en cantidad y ayuda militar directa en forma de un ejército expedicionario.

Desgraciadamente, el armamento ya parece estar en camino, lo que cubriría la primera de dichas necesidades. La guerra agente “Valor” ha confirmado que la embajada británica espera varios cargueros en unos días.

—¿Qué armamento británico van a recibir?

—Británico no, americano, señor presidente. Como los británicos no pueden prescindir de armamento suficiente como para rearmar a Portugal a corto plazo, parecen haber optado por adquirir armamento em los Estados Unidos por medio de un crédito de cien millones de libras.

—Eso es mucho dinero. ¿Hemos confirmado el envió de las armas americanas? —quiso saber Weyler.

—Es difícil de decir con certeza. Nuestros agentes han confirmado el movimiento de importantes cantidades de armas americanas por ferrocarril, rumbo a los puertos atlánticos. Artillería, municiones, incluso carros y animales de tiro o vehículos de motor, pero no de tropas. Eso nos hace pensar que, efectivamente, son armas destinadas a Europa, posiblemente a Portugal.

—Un Portugal armado puede ser muy peligroso, señor presidente. —intervino el ministro Luque. —Me consta que sus militares no están demasiado alineados con la idea de ir a la guerra contra nosotros, pero si reciben esas armas y la promesa del envió de un cuerpo expedicionario las cosas pueden cambiar.

—¿Tenemos planes para defendernos de esa invasión? —preguntó Weyler y como Luque respondiera, dijo. —Sí, de acuerdo, quiero verlos mañana mismo. Sé que el ejército de la reserva es el patito feo de nuestros destinos, pero quiero que se destine a él a un comandante adecuado. Alguien con capacidad y mordiente y se haga de inmediato.

—¿Le parece bien Primo de Rivera? —propuso Luque.

—Miguel… sí, ahora está al mando de un cuerpo de ejército en Francia ¿Verdad? Buena idea. Sé que protestará pero hacedle ver que su puesto será vital, así que ordenad su traslado, y querré verlo, así que pase por Madrid.

—Sí, señor presidente. —respondió Luque.

—Flores, su turno. ¿Podemos evitar que esas armas lleguen a su destino?  

Flandes

Decididos a ayudar a rusos y posteriormente a rumanos que luchaban en el este, los franco-británicos decidieron emprender nuevas ofensivas en cuanto lograron recuperar el sur de Francia. Para ello el ejército francés se concentraría en torno a Verdún y trataría de recuperar el terreno perdido a primeros de año, siendo apoyados sus ataques por las fuerzas británicas que eligieron como lugar de acción una zona en torno al río Somme cercana a San Quintín. Desgraciadamente a nadie escapaba que la ofensiva estaría gravemente afectada por la incapacidad de concentrar todas sus fuerzas en Flandes al verse obligados a mantener más de medio millón de soldados en los pirineos, donde el frente permanecía en calma de momento.

En Verdún los franceses ya habían tratado de recuperar el fuerte Douaumont en mayo, lanzando tres divisiones de infantería apoyadas por el fuego de trescientos cañones, que incluían poderosas piezas de 300mm durante tres días. Pese a todo, este ataque fracasó, provocando la sustitución del general Pétain por el general Neville, de cariz más ofensivo. Durante unos meses no había nuevos ataques por encontrarse las fuerzas francesas contraatacando en el sur de Francia de la que expulsaron a los invasores, pero para finales del verano la situación estaba cambiando y pudieron regresar al norte para pasar al ataque una vez más.

Antes de este llegaría sin embargo el ataque británico, lanzado en el sector del Somme el 1 de julio con el fin de atraer a las fuerzas alemanas a la batalla y alejarlas así del frente oriental, donde los rusos estaban teniendo un éxito atronador gracias a la ofensiva Brusilov y se esperaba firmar de un momento a otro una alianza con Rumania. Tras concentrar trece divisiones en la zona y preparar numerosas minas subterráneas, los británicos se prepararon para pasar a la ofensiva iniciando una abrumadora barrera de artillería de una semana de duración en la que dispararon más de millón y medio de granadas.

El ataque comenzaría finalmente el 1 de julio, y lo haría con la voladura de las minas excavadas bajo las posiciones alemanas que volatilizaron numerosas defensas. Inmediatamente después, apareció la infantería sobre el campo marchando al paso, lo que dio tiempo a los defensores del II Ejército alemán a salir de sus profundos refugios para emplazar sus armas e iniciar la respuesta. Con los atacantes pesadamente cargados y marchando al paso los alemanes barrieron las formaciones de infantería causando cientos de bajas. Pronto todo movimiento sobre el campo de batalla se vio interrumpido por las ametralladoras y la propia artillería que disparaba sobre las posiciones de retaguardia.

Convencido de que las operaciones progresaban a buen ritmo debido a mensajes sin confirmar, aderezados por unos pocos éxitos reales, el general Douglas Haig ordenó perseverar y continuar los ataques a lo largo de todo el día. Al caer la noche 21.392 hombres habían muerto o desaparecido, y 35.493 habían resultado heridos en una sangría de proporciones dantescas. Las bajas alemanas por el contrario pudieron ser de aproximadamente 8.000 incluyendo 2.200 prisioneros de guerra.

Durante las semanas siguientes la lucha se reduciría a pequeños combates locales que, pese a ello, reportaron otras 25.000 bajas al ejército británico sin lograr avances significativos. Pese a que las fuerzas alemanas estaban aguantando bien, no tardaron en llegar refuerzos desde el I Ejército, logrando en menos de dos semanas agrupar cuarenta y dos divisiones de reserva frente a los británicos. A partir de entonces la batalla se fue convirtiendo en un enfrentamiento de desgaste. Cada ligera rectificación del frente se lograba tras masivos bombardeos de artillería seguidos por masivos asaltos que apenas lograban resultados a costa de decenas de miles de bajas. Con todo el nuevo comandante alemán, el general Hindenburg ordeno iniciar la construcción de una línea defensiva a retaguardia. Por fin había decidido pasar totalmente a la defensiva en el oeste y derrotar a los rusos y el resto de los aliados franco-británicos primero.

Tras dos meses y medio de lucha el mando británico se preparó para un postrer intento de romper las líneas alemanas. Emplearían para ello una nueva arma que habían desarrollado en secreto. Un pesado vehículo blindado pesadamente armado que se movía por el campo de batalla mediante cadenas que sería conocido como Tanque. Estos vehículos tenían la misión de encabezar los ataques y destrozar las alambradas alemanas al mismo tiempo que mantenían a los hombres a salvo de las letales ametralladoras. Con 21 tanques disponibles de los 42 enviados a Francia, las fuerzas británicas lanzaron una ofensiva que por fin logró tomar algunas posiciones de la 3ª línea alemana, en gran parte gracias a los tanques que causaron un impacto psicológico brutal. Para ese momento la superioridad numérica estaba de parte de los aliados franco-británicos que alineaban cuarenta divisiones británicas y veinte francesas, frente cincuenta divisiones alemanas y eso se reflejó en el gran número de bajas en ambas partes.

Mientras tanto en Verdún los combates locales habían continuado durante todo el verano, pero fue en octubre cuando el general Neville por fin pudo pasar al ataque dispuesto a retomar de una vez por todas Fort Douaumont. Únicamente para tomar este fuerte la artillería disparó alrededor de 700.000 proyectiles de todos los calibres, pasando la infantería al ataque tras una preparación de artillería de seis días de duración. Por fin en esta ocasión las fuerzas lograron superar las defensas alemanas y retomar el fuerte que había caído casi sin lucha en manos alemanas a principios de año. Se calculaba que habían caído 100.000 franceses durante ese año para retomar el fuerte.

A finales de otoño los británicos habían sufrido 380.000 bajas en el Somme, y los franceses 90.000 en el Somme y 480.000 en Verdún. Las bajas alemanas ascendían a más de 700.000 hombres en ambos frentes.

Ferrol, 9 de agosto de 1916

Desde luego Salvador debía estar haciendo algo muy mal o muy bien, dependía de cómo se mirase. Tras guiar su corbeta a Ferrol descubrió que su primera misión iba a ser muy distinta de la esperada. Todo empezó cuando, por ser la primera de las corbetas en llegar a Ferrol, la Río Adaja llegaría unas horas más tarde, recibió la orden de no dirigirse al arsenal de Ferrol y, en su lugar, atracar junto al castillo de San Felipe. Solo al hacerlo descubrió que lo que creía una prisión militar, era en realidad una instalación del SIM en la que preparaban hombres para realizar actos no demasiado honestos.

Apenas había atracado cuando un joven teniente del ejército, tocado con una boina verde, abordó su buque en compañía de varios altos mandos de la marina y el ejército. Tras recorrer el buque durante unos instantes y preguntarle si estaba en condiciones de operar y algunas de sus características, especialmente su velocidad y la capacidad de transporte de tropas que creía que tendría, el teniente que se presentó a sí mismo como Troncoso exclamó un simple. —¡Servirá!

Esa misma noche asistió a una reunión de información en el propio castillo. Los británicos tenían una emisora TSH en un trawler amarrado en Viana do Castelo que informaba de los movimientos navales españoles, y tras meses de dudas de los sucesivos gobiernos españoles, el presidente Weyler había dado su plácet a la eliminación de aquel problema. Por suerte o por desgracia estaba en un puerto neutral, así que no podían destruirlo sin más, aunque esa opción se contemplaba si no había más remedio. En su lugar iban a intentar capturarlo y su corbeta jugaría un papel esencial. Oficialmente aún no estaba en la lista oficial de buques de la armada, de ahí que no le hubiesen permitido llegar a Ferrol para alistarlo, por lo que si su buque se perdía, su propia existencia sería simplemente negada.

—El plan es muy simple. —explicó Troncoso. —Navegaremos durante la noche hasta Viana do Castelo a bordo de su barco, el Río Trabancos. Una vez estemos ante la ciudad, nos dejará a una distancia prudencial de ella, unos cuatro kilómetros —dijo Troncoso denotando que era un “pisahormigas” al emplear los términos barco y kilómetro y no buque o la milla utilizada en la mar. —mis hombres y yo haremos esa distancia a remo en canoa, hemos entrenado durante el ultimo mes, acercándonos al trawler enemigo. Una vez allí lo tomaremos al asalto y el equipo de marinería que nos acompaña, decidirá si puede navegar o no. Si puede navegar, lo llevaremos al puerto de Vigo. Si la respuesta es negativa, las cargas D darán buena cuenta de él.

—¿Qué tripulación tiene el trawler? ¿Poseen armamento? —quiso saber Salvador.

—Inteligencia ha confirmado la presencia de treinta hombres distintos, pero no sabemos que parte de ellos son marineros del propio buque y que parte son simples agentes que lo visitan con cierta asiduidad. En cuanto a su armamento, como todos los trawler llevaba un cañón de 76.2mm o doce libras, pero en este ha sido desmontado para negar que es un buque militar y que así no pueda ser internado. Aun así no descartamos que lleven armas individuales.

A continuación tomó la palabra el capitán de navío Antonio Pérez Rendón y Sánchez, jefe de la tercera oficina del SIM. —Gracias, Troncoso. La noche escogida para el golpe de mano es la del 20 de agosto, la romería de nuestra señora de los dolores, que es fiesta en la zona. Durante los últimos meses hemos llevado a cabo un plan para atraer a parte de la marinería al puerto con la ayuda de las mujeres de un lupanar cercano. Entre que la mayor parte estarán dormidos y algunos puede que estén en tierra, esperamos que la resistencia sea asumible para nuestra fuerza de ataque. El equipo de ataque del III grupo de exploradores será acompañado por el Tte. de navío Ignacio y los marineros…

Ginebra, Suiza, 18 de agosto de 1916

Dormilón había vuelto a viajar a la fábrica Cyma en La-Chaux-de-Fonts, donde había recogido el encargo realizado semanas atrás, al menos medio centenar de relojes braille de pulsera. En esta ocasión sin embargo, había nuevas novedades procedentes de sus agentes. España parecía interesada en lograr que Cyma expandiese sus actividades fundando una nueva fábrica de la marca en España, que empezase a fabricar relojes en cuanto fuere posible.

—¿Tantos relojes necesitan? —preguntó Timothy extrañado por la propuesta que habían logrado descubrir gracias al buen trabajo de sus agentes.

—Es lo que he podido averiguar de momento. —respondió el agente Henry. —España ha ofrecido un millón de francos para adquirir parte de la fábrica, a cambio de que Cyma monte o más bien reorganice una fábrica en España, tal vez una suerte de empresa hermana de esta, no me ha quedado claro. Solo quieren que produzcan un único elemento, al menos de momento, por lo que he podido averiguar, uno de sus relojes de pulsera.

—¿De tipo braille? —preguntó extrañado Timothy, no podían prever que tantos hombres quedarían ciegos ¿Verdad? Es decir, medio centenar como la primera compra o el centenar de relojes recogidos ese día eran una cosa, pero fabricar decenas de miles de relojes braille no tenía lógica. —Tantos invidentes creen que se van a producir?

—No, en estos momentos solo quieren relojes ordinarios pero en grandes números. —respondió Henry. —No sé por qué quieren esos relojes. Mi contacto en la fábrica no ha sabido darme razones, por lo que sé, en España ya hay dos fabricantes de relojes, uno es un tal Copel o Copell… o algo similar, un relojero alemán, aunque trabaja principalmente otra categoría de relojes, de pared, de forma artesanal. El segundo reloj lo produce una empresa pública del Taller de Precisión de Artillería, en la zona de Levante, cerca de Valencia, que fabrica principalmente sabonetas y lepines. Creo que es en esa segunda empresa en la que quieren que entre Cyma, aunque desconozco la razón.

—¿Aceptaran los dueños de Cyma? —quiso saber Timothy.

—Es muy probable. España ha ofrecido muchos incentivos. Dinero, facilidades para adaptar la empresa existente. Beneficios para los trabajadores suizos que vayan a la fábrica española, tanto económicos como familiares.

—¿Para qué demonios deben querer tantos relojes?

—¿Y si lo que quieren no son los relojes sino potenciar su industria? —preguntó otro de sus agentes.

Viana do Castelo, noche del 20 al 21 de agosto de 1916

El río Trabancos navegó desde Ferrol al puerto de Bayona la noche anterior, pasando el día en aquel puerto situado a tan solo cincuenta millas de Viana do Castelo. Allí esperaron la caída de la noche, momento en el que se hicieron a la mar para dirigirse a su objetivo, cosa que hicieron en unas tres horas al navegar a toda máquina. Pasaron junto al faro de Montedor esperando no ser descubiertos para ponerse al pairo frente al puerto. Eran las dos de la madrugada y quedaban unas cuatro horas para el amanecer, así que no había tiempo que perder.

Los hombres del III grupo de Exploración echaron sus canoas al agua. Unas pequeñas embarcaciones de estilo americano que antes de la guerra estaban ganando aceptación como embarcación recreativa en España, donde eran fabricadas en los astilleros Nereo, de Málaga, gracias a los materiales logrados en el 98 en las fábricas “Old Town Canoe Company” y “EM White Canoe Company, ambas de Maine. Estas embarcaciones habían sido seleccionadas sobre otras para aquella misión por su ligereza, que permitía una rápida manipulación tanto en tierra como una vez en el agua.

Una vez los hombres estuvieron en las canoas, empezaron a bogar tal y como habían practicado durante semanas en la ría de Ferrol. Afortunadamente el mar de agosto estaba plano y, guiándose por el faro, las canoas cortaron el agua en dirección al puerto con rapidez. Ahora el Rio Trabancos tenía que esperar allí, inmóvil, y eso ponía muy nervioso a Salvador. Suponía que si algún submarino enemigo lo reconocía pensaría que era un pescador portugués, no por nada el casco de su buque tenía su origen en la pesca, detenido frente al puerto. Por supuesto siempre y cuando su falta de luces de navegación no le hiciese pensar otra cosa. Sin embargo era un riesgo que debía correr, así que no tenía más remedio que confiar su seguridad en los operadores de los hidrófonos.

Mientras Salvador permanecía frente al puerto presa del nerviosismo, los hombres de Troncoso remaron con denuedo acercándose a la pequeña ciudad. Una ciudad situada al pie de una colina coronada por un hermoso castillo que dominaba la zona, ahora débilmente iluminado. Por desgracia la luna estaba alta en el cielo y tan solo hacia un par de días de la luna llena, pero era un riesgo que debían correr. Aunque la ciudad carecía de iluminación propiamente dicha, se había preferido actuar a la luz de la luna en una noche de fiesta como la de ese día que en la oscuridad de un día normal.

Por suerte a esa hora la ciudad estaba casi desierta, los portugueses dormirían después de las procesiones, romerías y, porque no decirlo, los atracones y la bebida del día de la virgen, así que el único problema podía llegar por parte de los británicos. Al llegar al muelle, Troncoso se acercó todo lo que pudo a los barcos amarrados, esperando difuminarse en su silueta y comprobó su reloj. Acercándose al cabo Marco, Troncoso le dijo en un susurro. —Comprueba el reloj, son las dos cuarenta, ¡tienes cinco minutos!

A continuación un grupo de seis hombres al mando del cabo Marco, desembarcaron y empezaron a andar hacia el trawler por el muelle, conversando con normalidad en portugués, pues eran gallegos reclutados en la zona fronteriza cercana. En cinco minutos sería el momento de realizar la aproximación final. Pasado ese tiempo, Troncoso y sus hombres empezaron a remar con todas sus fuerzas.

A bordo del trawler el marinero Stevenson observó a la media docena de portugueses que se acercaban por el muelle. Algo raro a estas horas, pero había sido un día festivo, por lo que no despertaron demasiadas sospechas. De todas formas, solo por si acaso, informó al oficial de guardia. Este salió a observar a los portugueses. Se habían detenido a veinte metros, dos buques más allá, y se escuchaba como uno vaciaba su vejiga desde el muelle mientras los demás reían con la voz bastante alta, y un cuarto los intentaba hacer callar diciendo que despertarían a los vecinos.

La distracción funcionó como Troncoso quería. Segundos más tarde sus canoas llegaban al trawler y, pistola en mano, sus hombres abordaban el barco. Para esta acción el SIM les había prestado varias armas, desde una extraña pistola neumática a unos revólveres que llevaban el silenciador Maxim que, al menos teóricamente, casi no producían sonido con el disparo…

Londres, 27 de agosto de 1916

La noticia se acababa de confirmar. Seis días atrás el trawler Asia había dejado de dar señales de vida y como Portugal carecía de conexión por cable, tuvieron que enviar un buque a Viana do Castelo para reconocer la zona. No fue hasta que llegó al puerto que pudo enviar un mensaje, por lo que en el Almirantazgo no supieron de su desaparición hasta pasadas casi cuarenta y ocho horas. El Asia había desaparecido de su amarradero del puerto de Viana do Castelo junto a la mayor parte de su tripulación. Solo una docena de hombres que estaban en tierra el momento de la desaparición del buque, seguían allí. Nadie parecía saber la razón, aunque estaba claro que había sido obra de los españoles.

Investigaciones preliminares a los supervivientes no echaron más luz sobre el asunto. Sí, se había visto a algún que otro agente español por la zona, pero nada que ofreciese una explicación a la pérdida de un trawler de casi trescientas toneladas. Desgraciadamente lo más grave era que agentes británicos habían descubierto que el día 15 los acorazados españoles se hicieron a la mar, pero sin el Asia habían sido incapaces de comunicar la alerta. Una vez más la flota española se hacía a la mar.

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