El renacer X

Operación Cortés, 9 de junio de 1916

El almirante Pidal no era ajeno a las dificultades que atravesaba la nación. España era una nación escasamente industrializada en comparación con Francia, Alemania o Reino Unido. Debido a esto antes de la guerra había sido fundamentalmente un mercado exportador de materias primas; hierro, plomo, estaño, mercurio, cobre, y manganeso entre otros. En cuanto a otros bienes de exportación estos eran principalmente productos agrícolas y lana, lo cual al menos era una ventaja al significar que España era más que autosuficiente en esos aspectos. De hecho, ahora que las exportaciones de minerales a Reino Unido y Alemania principalmente habían desaparecido por completo, su producción excedía por mucho la capacidad de la industria española para transformarlos.

El RMS Laconia

Esta capacidad estaba concentrada alrededor de los Altos Hornos de Duro Felguera en Asturias y los Altos Hornos de Vizcaya, a los que se sumaban altos hornos menores en Sagunto, Málaga y Santander. Con todo, estos excedían la capacidad española de manufactura lo que al menos suponía un alivio en este sentido. Desgraciadamente la falta de industrias avanzadas era un serio problema en otros aspectos. La producción de armas no fue capaz de cumplir con los nuevos requerimientos hasta fechas muy recientes, de hecho, en algunas armas aún faltaban unos meses por lograr completar las plantillas requeridas. La producción aeronáutica era totalmente insuficiente para lo que se estaba viendo en el frente. La producción de municiones al menos no suponía un problema, pues al reconvertirse nuevas empresas para tal función se lograban producciones cercanas a los cuarenta millones de cartuchos de fusil y más de 90.000 granadas de artillería al día. Poco cuando el ejército no dejaba de crecer, de hecho se consideraba que se precisarían ochenta millones de cartuchos y doscientos mil proyectiles de artillería al día, pero la calma del frente impuesta por las débiles líneas de suministros enemigas permitía que se estuviesen acumulando grandes reservas. El verdadero problema eran los bienes de consumo básico, los alimentos y por supuesto la liquidez monetaria del mercado.

Hasta ese momento España se había visto obligada a gastar miles de millones de pesetas desde que empezara la guerra y eso teniendo en cuenta el ahorro ocasionado por la captura de grandes cantidades de materiales al enemigo. Si se quería reactivar la economía y evitar la carestía, Pidal necesitaba apoderarse de importantes cantidades de estos productos en los próximos días. Para ello contaba con una impresionante flota compuesta de tres acorazados, dos cruceros acorazados, cuatro cruceros ligeros, veintidós destructores y un portahidroaviones, acompañada por ocho cruceros auxiliares, varios carboneros y un buque hospital, que permanecían inmóviles sobre la mar en calma. Alejados de las grandes rutas comerciales esperaban el momento de entrar en acción cortando las líneas comerciales de Reino Unido con el continente americano, siendo sus objetivos principales el petróleo, el carbón, los alimentos y el algodón, materia esencial para la fabricación de municiones.

Seis días atrás se habían hecho a la mar en compañía de los dos nuevos cruceros de batalla y varios destructores de la escuadra del estrecho enviados para proteger a los anteriores. Estos buques no tardaron en encontrarse con sus escoltas, pues se habían movilizado veintidós corbetas y ocho dirigibles para asegurar la ruta de salida de la escuadra. Gracias a ellos pudieron dejar atrás los campos de minas que protegían Ferrol y adentrarse en el mar con seguridad, de forma que al anochecer estaban lejos de la zona de acción de los sumergibles británicos.

La escuadra no tardaría en dividirse cuando los dos cruceros de batalla se dirigieron al sur acompañados de los pequeños destructores clase Furor II cedidos por la escuadra del estrecho. Estos buques navegarían hasta Lisboa, donde se dejarían ver antes de proseguir hacia el sur para cambiar de rumbo ya entrada la noche y regresar a Ferrol, por supuesto contando en todo momento con la ayuda de los medios antisubmarinos allí desplegados y la protección adicional de varios dirigibles que sobrevolaban la zona. Su misión era por lo tanto un mero viaje de instrucción que sería aprovechado para realizar una demostración de fuerza ante el incómodo vecino luso con el fin de evitar la deriva probritánica y, tal vez, despistar al Almirantazgo.

Mientras esto ocurría, el grueso de la 1ª Escuadra se había dirigido a un punto situado al oeste de Canarias. Al amanecer del día 13 de junio, el Dédalo desplegó seis hidroaviones para explorar la ruta que, desde Freetown, se dirigía a Reino Unido. Mientras tanto la flota se desplegó en abanico a lo largo de quinientos kilómetros, aumentando así el área explorada. Sus esfuerzos no tardaron en dar resultado. Uno de los hidroaviones localizó un buque de casi veinte mil toneladas dirigiéndose hacia el norte. Sin duda era el RMS Laconia, un trasatlántico de la Cunard Line movilizado como crucero auxiliar al estallar la guerra.

Ese y no otro era el objetivo inicial de la flota. Gracias a la decodificación de los mensajes del Almirantazgo, sabían que el RMS Laconia llevaba una importan-tísima carga de oro alojada en sus bodegas, posiblemente valorada en decenas de millones de pesetas sino más. Un gran botín para una España tan necesitada de efectivo que debía acabar en sus manos fuese como fuese. Precisamente por eso Pidal ordenó, comunicándose exclusivamente por medio de reflectores, sus órdenes al resto de su flota. Utilizarían los hidroaviones, en el más estricto silencio radio, para seguir la ruta del Laconia desde los aires mientras esperaban la noche.

Cuando oscureciese los acorazados se acercarían todo lo posible a aquella ruta, buscando encontrar al mercante armado. Una vez hallado el buque enemigo, era simple cuestión de acercarse todo lo posible a este aprovechando la oscuridad y, cuando fuese posible, abrir fuego contra él desde corta distancia, siendo su primer objetivo las antenas de radio así como la propia sala del radiotelégrafo, a Dios gracias con una ubicación conocida. Únicamente si destruían la sala del telégrafo y anulaban la capacidad de respuesta enemiga, tenían alguna posibilidad de capturar el buque ingles antes de que abriesen las válvulas de fondo, que en aquellas aguas tan profundas sería una perdida irremediable.

Esa noche, después de cenar, los directores de tiro de los acorazados y cruceros reunieron a sus hombres en el comedor. El éxito de la misión dependía en gran medida de su actuación y querían asegurarse de que todos supiesen cuál era su deber. Para capturar el Laconia la armada no podía permitirse hacer fuego con sus grandes cañones, por lo que, salvo una resistencia extrema del enemigo, tan solo harían un disparo de grueso calibre contra él, y lo harían contra su superestructura, buscando destruir la sala de telegrafía situada detrás del puente. Hecho esto, la captura recaería en gran medida en las ametralladoras Maxim de 37mm y los cañones Nordenfelt de 57mm que los buques habían montado excepcionalmente para esta misión. Estos debían acribillar con sus disparos diversas zonas asignadas de forma individual a cada arma. Algunas dispararían buscando su sala de calderas, buscando cortar las conducciones de vapor, mientras otras disparaban sobre las zonas en las que era más probable que hubiesen montado la artillería del crucero auxiliar, sobre el puente o lo que esperaban fuese los alojamientos de la tripulación.

Con 17 nudos de velocidad, el Laconia era un buque rápido, pero esa noche navegaba a 15 nudos y los acorazados españoles lo superaban en sus buenos siete nudos y tenían la ventaja del tiempo. Además conocían la posición del buque británico y eso les daba una buena ventaja, así que se aproximaron en una ruta de intercepción, logrando localizar al RMS Laconia sin ser divisados, acercándose por su aleta de babor a plena potencia y en total oscuridad. De esa forma buscaban un punto muerto para sus vigías, que posiblemente estuviesen mucho más concentrados en su proa y amuras que en la zona trasera.

Serían descubiertos cuando estaban a menos de 3.000 metros, una bengala ascendió a los cielos iluminando al Jaime I. Sin duda en el Laconia debían estar viviéndose momentos de pánico. La tripulación y el propio comandante del buque debían haber estado durmiendo hasta pocos minutos antes y ahora, despertados abruptamente de su sueño, debían correr a sus puestos e identificar correctamente a una posible amenaza para hacerle frente. Por supuesto el almirante Pidal no estaba dispuesto a permitirlo.

Segundos más tarde, cuando la bengala aún descendía lentamente sobre el mar y otras bengalas españolas se disparaban hacia el cielo para iluminar toda la escena, el capitán de fragata Jaime Janer, director de fuego del Jaime I, hizo un único disparo con uno de los cañones de 305mm. A aquella distancia acertó a la primera, justo tras el puente, posiblemente inhabilitando la sala del radiotelégrafo, aunque para mayor seguridad tanto el Jaime I como el resto de buques que ya se acercaban a la zona atraídos por las bengalas, estaban emitiendo fuertes interferencias.

No habían pasado ni diez segundos desde el disparo del cañón español, cuando empezaron a tronar los disparos de los cañones de 57mm y las ametralladoras de 37mm. Aquel calibre pensado originalmente para enfrentar pequeñas torpederas era inútil contra buques con blindaje, pero el RMS Laconia era un transatlántico y carecía de él, por lo que atravesaron su casco casi sin problemas extendiendo la destrucción. La zona de máquinas fue el objetivo de cuatro ametralladoras y un cañón de 57mm, que si bien no llegaron a causar bajas sí sirvieron para cortar muchas de las cañerías de vapor de la propulsión. Debido a ello en los segundos siguientes el buque ingles perdió velocidad de forma visible.

En el puente del Jaime I el almirante Pidal sonrío al ver como el buque enemigo reducía velocidad. De momento seguía sin hacer fuego, en lo que sin duda tenía mucho que ver que dos ametralladoras de 37mm estuviesen disparando contra cada uno de los posibles emplazamientos de cañones del buque. Un buque al que ahora iluminaban todos los reflectores del acorazado.

Para empeorar las cosas para el buque inglés, ahora se sumaban al combate el SMS Karlsruhe y el SMS Dresden, e incluso se adivinaban las siluetas del resto de los cruceros alemanes tras ellos. Apenas habían pasado tres minutos desde que empezase el combate cuando Pidal ordenó un alto el fuego. El buque enemigo tan solo había logrado disparar dos veces con uno de sus cañones, alcanzando al Jaime I en su faja blindada sin causarle daños antes de enmudecer. Ahora podían ver claramente sus cañones iluminados por los reflectores, así que Pidal ordenó que cada torre fijase como objetivo uno de ellos. Si ese cañón hacia fuego, podrían destrozarlo con un único disparo.

No mucho después el Cristóbal Colón y el Pedro el Grande echaron sus lanchas al agua para dirigirse al RMS Laconia con equipos de abordaje armados hasta los dientes. Al subir al buque ingles encontraron un panorama desolador. El primer disparo de 305mm había sido terriblemente certero, acertando pocos metros a proa de la sala de radiotelegrafía. Fue sin embargo suficiente para destruirla y, además, tuvo un segundo efecto causando graves daños en el puente, incluyendo una buena parte de su tripulación y alcanzando al capitán y varios oficiales que, abruptamente despertados de su sueño, debían estar dirigiéndose al puente en aquellos momentos.

También en la zona de alojamientos habían causado una pequeña matanza entre los hombres, posiblemente mientras trataban de vestirse apresuradamente para acudir a sus puestos de combate. El resto de bajas se había producido principalmente en las zonas de los cañones, principalmente en los pasillos que llevaban a ellos, cuando los proyectiles de 37mm habían hecho su trabajo. De su tripulación de más de cuatrocientos hombres, doscientos quince habían resultado muertos o heridos.

España se había apoderado de un importantísimo envío de oro valorado en cientos de millones de pesetas. Pidal pasó el resto del día trasladando a los heridos a bordo del buque hospital Barceló y al resto de hombres al crucero auxiliar Meteoro, mientras sus ingenieros reparaban el RMS Laconia lo mejor que podían. Esa misma tarde el RMS Laconia pudo continuar su viaje, ahora unido a la flota española. Pidal sin embargo no había acabado. Habían obtenido éxito en el primero de sus objetivos. Ahora era el momento de cumplir el resto. Por un lado era necesario hacer creer a los ingleses que la captura del RMS Laconia era un hecho fortuito y no tenía ninguna relación con la ruptura de sus claves. Por el otro, España sufría una acuciante falta de combustibles, así que su siguiente objetivo estaba en el norte, en la ruta de los petroleros, así que se dirigió al noroeste de las Azores, desde donde podía atacar tanto las rutas del Mar del Norte como las del Caribe. Una misión que daría inicio al día siguiente. Al amanecer del día 13 de junio, el Dédalo desplegó seis hidroaviones para explorar las rutas comerciales en un amplio abanico que cubría varias de las principales líneas comerciales, especialmente las rutas de Boston, Nueva Escocia, Nueva York, y Filadelfia. Pronto se obtendrían los primeros resultados. 

La hidrocanoa Lohner L pilotada por el alférez de Fragata Adolfo Cue llevaba volando más de una hora cuando divisó un mercante navegando a varias millas al norte de su posición. Pronto el sargento Ting, filipino al igual que el piloto que volaba como observador, identificó las principales características del buque que navegaba rumbo a Europa. Un vapor de unas 6.000 toneladas de desplazamiento navegando a menos de 10 nudos de velocidad, que sin duda iría cargado hasta los topes. Por supuesto era una presa demasiado valiosa para desperdiciarla, por lo que tras calcular su posición empezó a transmitir con su aparato TSH.

En la escuadra, el almirante Pidal destacó al crucero Karlsruhe en persecución del anterior, pero como quería evitar que el buque lanzase un SOS que alertase al almirantazgo, solo al caer la noche el crucero se dirigió al punto de intercepción que habían calculado. Allí tras dos horas de búsqueda y gracias a la exacta información del aeroplano, lograría localizar a su presa y acercarse sin ser descubierto al tiempo que anulaba sus radiofrecuencias para capturarla. Se trataba del vapor Assyria que hacía la ruta Nueva York-Glasgow y transportaba una carga general de alimentos que sin duda sería bien aprovechada en España. No tardó en trasladarse al buque una dotación de presa que lo condujo al punto de reunión mientras su tripulación original pasaba al crucero alemán. Una vez reunidos con la flota, el crucero alemán paso a los prisioneros al Rey Jaime II y tomó una nueva dotación de presa para lanzarse a por el siguiente contacto, localizado poco antes por otro de los hidroaviones.

Durante los primeros días los buques de la escuadra lograron capturar los mercantes Pancras y el ruso Erika cargados con 9.000tm de carbón de primera. El Brantingham de 2.600t llevaba una carga de puntales de madera a los que seguro se sacaría provecho. El Strathdene llevaba varios miles de toneladas de cereales mientras el Huntsfall de 4.300t llevaba un heno que serviría para alimentar la cabaña ganadera militar. En el Astoria de 4.300t se capturaron importantes cantidades de cobre, cuero y maquinaria que sin duda potenciaría la capacidad industrial española. Con todo, la mayor presa del día sería el petrolero Echunga de 6.300 toneladas de desplazamiento, sin duda gracias a su carga los ejércitos españoles podrían moverse durante semanas.

Hasta ese momento la suerte había favorecido a los intereses españoles, pues gracias a la táctica de localización aérea diurna y captura nocturna, las presas capturadas durante los dos primeros días no habían logrado enviar ningún mensaje de socorro. La suerte se agotaría la mañana del tercer día, cuando el crucero Leipzig se aproximó a lo que se había identificado como un mercante de 15.000 toneladas de registro, y resultó ser el mercante armado HMS Avenger, armado con ocho cañones de 152mm y 18 nudos de andar. Pronto se entabló batalla entre ambos buques, siendo el buque germano sensiblemente inferior en artillería. Afortunadamente el Jaime I no estaba lejos y no tardó en llegar abriendo fuego sobre el desgraciado buque ingles desde 18.000 metros. No tardó en lograr los primeros impactos con sus poderosas piezas de 305mm, en gran parte gracias a la dirección de tiro efectuada por su director de tiro, el capitán de fragata Jaime Janer. Tan solo veinte minutos después y seriamente dañado, el buque que había sufrido la pérdida de más de la mitad de su tripulación arrió la bandera. Con todo había logrado radiar la alerta y el almirante Pidal supo que su suerte se había agotado. Esa tercera noche se habían hecho otras cuatro presas, incluyendo al petrolero de 9.700 toneladas San Lorenzo, lo que situaba el número de capturas en catorce. Entre las capturas destacaban dos valiosos petroleros, mineral de hierro, carbón y alimentos.

Cuando en el almirantazgo supieron del combate del HMS Avenger contra el crucero germano y el acorazado español, comprendieron tanto el motivo por el que las fuerzas del estrecho aún no habían sido atacadas como el origen de los recientes avistamientos de aviones sobrevolando las rutas del atlántico norte. Unos avistamientos que muchos habían creído producidos por la psicosis típica de la guerra. Ahora no había más remedio que enviar la 2ª división de acorazados rumbo al Atlántico Norte, donde con un poco de suerte lograrían encontrar a los buques enemigos, algo sin duda sumamente difícil en una extensión tan grande del océano.

La mala noticia era que hasta entonces la mera amenaza que suponía esa escuadra española había hecho partir una gran escuadra de socorro que había costado a la flota francesa la pérdida temporal del Vergniaud, torpedeado no lejos de Melilla. Debido a esto el buque precisaría de varios meses de reparación en dique seco y no podría participar en las operaciones que se preparaban contra las ciudades españolas del norte de África. Además, había que lamentar el hundimiento del crucero HMS Cordelia, torpedeado cuando acudía con una escuadra de refuerzo procedente de Canarias, perdiéndose el buque en la costa de Asilah, en Marruecos.

Mientras esto ocurría, el almirante Pidal pasaría el día reaprovisionando su escuadra, pues quiso aprovechar la calma que duró la mayor parte del día. Los primeros en repostar serían los cruceros alemanes, especialmente el Karlsruhe, seguidos de los destructores, acorazados y cruceros acorazados. Una vez reaprovisionados los buques, ya el día 13, la escuadra partiría hacia el sur en busca de las rutas de Sudamérica mientras las presas partían en compañía del crucero auxiliar San Pablo rumbo a España. Allí el San Pablo que se había trasformado en un buque prisión tras enviar todas sus dotaciones de presa a los buques capturados y aceptar a bordo las tripulaciones originales, embarcaría dotaciones de presa antes de partir de nuevo a la campaña de corso.

No sería la única división de la escuadra, pues los cruceros alemanes permanecerían en la zona con el fin de dejarse ver y engañar al enemigo. Ese mismo día el SMS Dresden, una vez comprobado que el carguero había radiado la preceptiva alarma, capturó al vapor Wragby de 3.000 toneladas que llevaba una importante carga de carbón de Cardiff. Tras embarcar una dotación de presa en el buque para que lo dirigiese al punto de reunión con la seguridad de que el aviso habría sido captado por el almirantazgo, esa misma tarde el SMS Dresden puso rumbo al punto de encuentro. Para el día 14 tan solo restaría el SMS Karlsruhe en la zona, pues Pidal quería mantener la ficción de que permanecían en la zona tanto tiempo como fuese posible. Tan solo cuando su comandante creyese que ya no era seguro, aprovecharía los 29 nudos de velocidad punta del buque para romper el contacto y dirigirse al punto de encuentro o a cualquier puerto amigo que el capitán Lüdecke creyese adecuado.

Tras navegar apartados de las rutas de navegación hasta la siguiente zona de operaciones, la escuadra al mando del almirante Pidal, se desplegó para emprender la siguiente operación de corso. Ahora su objetivo eran las cruciales rutas de Sudamérica, especialmente las de Argentina y Brasil. Una vez más el Dédalo desplegó sus hidroaviones, iniciando una extensa búsqueda por la zona por la que guiaría posteriormente a cruceros y destructores para ir capturando cuantos buques fuese posible, actuando los acorazados y cruceros acorazados como seguridad por si ocurría algún enfrentamiento. Mientras tanto los cruceros auxiliares irían aportando dotaciones de presa al mismo tiempo que se convertían en buques prisión en los que irían alojando a los marineros capturados.

No tardarían en lograr la primera presa, un vapor frigorífico de más de 8.000 toneladas de la British & Argentine Steam Navigation que transportaba miles de toneladas de carne congelada. Una presa de primera magnitud, se dijo Pidal mientras se llevaba la humeante taza de café recién hecho a los labios deteniéndose justo antes de dar el primer sorbo para mirar al cocinero que recogía el servicio para retirarse. —Don Dionisio. —llamó la atención del cocinero del Jaime I, que acababa de llevarle el café, un portorriqueño que llevaba ya nueve años en la armada. —¿Cuántas raciones de comida podrían salir de esa carne?

La pregunta sorprendió a Dionisio quien se mantuvo en silencio unos segundos mientras hacía unos rápidos cálculos mentales antes de responder. —Mi comandante, una ración de carne está compuesta por unos 200 gramos de carne, reduciéndose a 150 gramos si es en cocido. Por supuesto sin tener en cuenta que si hay mucho hueso la cantidad puede aumentar, pero… yo diría que treinta millones o más.

—Gracias, Don Dionisio, no le entretengo más pues sé que tiene una ardua labor por delante para alimentar a la tripulación del acorazado, puede retirarse. —indicó antes de volver a efectuar sus cálculos. Eso era un mes de raciones para el ejército, debía lograr que esa presa llegase a España a toda costa, pues sin duda supondría un alivio considerable a las castigadas arcas del estado y alejaría el fantasma de la penuria tanto en el ejército como en una calle que ya no vería como su producción era adquirida a precio fijo por el Estado.

Por supuesto la campaña no acabó allí, en los días siguientes siguió operando con su escuadra capturando otras seis presas. Un número muy escaso por mantenerse algo alejado de las rutas de navegación para evitar ser detectados. Con todo los vapores Clearfield de 4.000 toneladas que transportaba caucho de Brasil, el Bayreaulx que llevaba ganado y otros dos vapores llamados SS Fabian, y SS Framfield con una carga general variada que incluía desde manufacturas a animales y mineral de hierro procedente de Malasia respectivamente. La gran presa de esta fase de la campaña sería sin embargo un buque japonés con el que el Pedro el Grande se encontraría tras capturar el SS Fabian.

El día 18, el Pedro el Grande fue enviado por Pidal en busca de un contacto que resultó ser el SS Fabian, un vapor ingles de 2.200 toneladas que llevaba una carga sumamente variada pero que sería declarado buena presa por el capitán de navío Murrieta. Tras embarcar una dotación de presa en el buque y cuando se disponía a regresar a la zona de reunión en donde recibiría nuevas instrucciones, los vigías detectaron una columna de humo en el horizonte. Murrieta desconocía a que se debía, pero sabía que en breve cambiarían de zona de operaciones y no estaba dispuesto a desperdiciar la oportunidad, por lo que puso rumbo de intercepción para inspeccionar el contacto. Cuál sería su sorpresa al divisar un buque japonés que navegaba rumbo sur, posiblemente de regreso a Japón. En otras circunstancias tal vez lo hubiese dejado pasar pues estaban interesados por los buques que llevaban suministros a Reino Unido y no por otros, pero Japón estaba invadiendo las Filipinas y era una buena ocasión para recordarles que esto les costaría caro. No tardó en interceptar al vapor japonés de 4.300 toneladas SS Senju Maru, cargado de material ferroviario. Sin duda una presa de un gran valor.

Cuando Pidal supo de la captura del buque japonés, se supo descubierto. Por lo tanto, ordenó a sus buques repostar del carbonero SS Zoroaster capturado días atrás. Una vez trasladado todo el carbón y los elementos aprovechables el buque fue enviado a España, donde le esperaba el desguace. Mientras se llevaban a cabo las maniobras de carboneo, los acorazados partieron para adentrase de lleno en las rutas de navegación con el fin de dejarse ver y extender el pánico una vez más. Pronto capturarían la bricbarca Saint Louis, también enviada a España y el también francés SS Rouen que transportaba cobre desde Chile.

Esta captura aun sería completada por dos vapores cargados de grano, lo que sin duda constituía un gran éxito de la fase dos, que hasta aquel momento estaba saliendo a pedir de boca. Pidal no pudo dejar de sonreír. Tras casi dos años de vacilaciones por parte de los anteriores gobiernos, siempre reacios a arriesgar los preciados acorazados, se rumoreaba que las escasas ocasiones en las que habían salido del puerto se debían a que los ministros habían actuado de motu propio, la llegada de Weyler al gobierno había supuesto una verdadera revolución. Bueno, una revolución o tal vez sería mejor decir que había supuesto el renacer de las armas españolas. Cierto, lo habían pasado mal a raíz del ataque a Cádiz o la retirada de Francia, pero aun podían dar guerra y vaya si lo harían, así que se dispuso a seguir con la campaña planeada.

Por su parte el Karlsruhe había permanecido en la zona de caza original, donde había capturado el vapor Vanellus de 1.700 toneladas cargado de petróleo, y los vapores Cluden que llevaba trigo, y el francés Arromanches cargado de Centeno que serían enviados hacia España. Su suerte acabaría el día 17, cuando divisó varias columnas de humo que sin duda pertenecían a buques de guerra. Era la escuadra de Cavenagh que posiblemente había sido guiada hasta la zona por el vapor norteamericano SS Kansan que regresaba en lastre desde el continente europeo. Tal vez debería haberlo capturado se dijo el capitán Lüdecke antes de poner proa a Puerto Rico y aumentar la velocidad para separarse de sus perseguidores. Los buques ingleses trataron de perseguirlo, pero no tardó en dejar atrás a los acorazados y pasadas unas horas incluso los cuatro cruceros clase Town del 3rd Light Cruiser Squadron del vicealmirante Dacres se vieron incapaces de seguir su ritmo.

Lüdecke arribaría al puerto de San Juan el día 23 junto al SS Copsewood, un pequeño vapor de 600 toneladas cargado de alimentos que había capturado cerca de St Thomas. En San Juan daría descanso a su tripulación, al mismo tiempo que efectuaba un cuidadoso y apresurado mantenimiento de su buque. Solo entonces partiría una vez más para efectuar el corso, dejando tras él una isla que vivía casi incomunicada y que en los últimos años tan solo había recibido una treintena de buques entre burladores de bloqueo y cruceros auxiliares, dependiendo casi por completo de embarcaciones de cabotaje que les llevasen suministros desde Santo Domingo y otras islas del caribe.

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