Un estilete en el Atlántico VII

Aeródromo de Beni Saf, 25 de abril de 1917

El capitán Luis Sousa Peco aterrizó en el aeródromo de Beni Saf junto a su escuadrilla experimental. El aeródromo que había sobrevolado al tomar tierra, eran poco más que una pista de tierra y unas tiendas de campaña de estilo árabe situadas a un lado, a cierta distancia de la pista de aterrizaje, prueba de la premura con la que se estaba construyendo. Por supuesto se había dado cuenta de que la actividad de las tropas era febril, con decenas de hombres trabajando en la zona, así que en breve esperaba disponer de un buen aeródromo para sus fuerzas..

Con su llegada los primeros B.202 acababan de arribar al norte de África y en un par de días volarían al nuevo aeródromo que estaban construyendo en Relizane, cerca del frente de batalla. Tres años después del inicio de la guerra, Sousa por fin estaba a punto de entrar en acción.

Serían solo los primeros de los aviones enviados a aquel frente. De momento su escuadrilla con media docena de aviones B.202, pero en cuanto se finalizasen los nuevos aeródromos que estaban construyéndose en Mostaganem, Orán, y Djidioua, irían trasladándose más unidades de caza y reconocimiento, puede que incluso de bombardeo, a aquel frente.

El silbido de un tren que pasaba cerca de allí llamó la atención de Luis. Desconocía si se trataba de un tren capturado en la zona, un simple capitán no estaba tan alto en el escalafón como para saber esas cosas. Si no lo era, sin duda sería uno de los trenes capturados en Francia y que por ser del mismo ancho de vía que el empleado en Argelia, había acabado allí.

España hacía de la necesidad virtud, no había otra en la actual situación, aun así no podía dejar de preguntarse si sería suficiente. Tras carretear hasta donde le indicó el personal de tierra cortó la alimentación de sus motores y descendió del avión mientras el mismo personal de tierra colocaba los calzos en las ruedas. Tras él bajo su “mecánico-ametrallador”, el cabo Eleuterio, un gaditano al que la mili pillo sirviendo en la Aerostación militar que había logrado sus títulos de mecánico y observador gracias a un gran esfuerzo personal y a la intervención del capitán Barrón, que vio en él una gran virtud para la mecánica.

—A la orden, mi capitán, soy el sargento Barroso. —saludó un sargento del personal del aeródromo cuando todos los pilotos y sus mecánicos-ametralladores se hubieron reunido. —Los oficiales pueden alojarse en la jaima número cinco, es la que está a la izquierda de la que tiene ondeando un gallardete. Los mecánicos pueden ir a la numero ocho, que está dos puestos más atrás.

—Gracias, sargento ¿Puede hacernos una breve descripción del campamento? —preguntó Luis.

—Por supuesto, mi capitán. La jaima del gallardete es la del comandante Fuentes, que ahora mismo está en Beni Saf organizando el envío de suministros hasta aquí. A su derecha se encuentra la cantina, me temo que aun tiene pocos productos pero esperamos que recibir suministros en unos días. Tras ella se encuentra el comedor de oficiales y el de tropa tras este. El resto de tiendas de la derecha son del personal de este aeródromo y, como ya dije, las tiendas de sus pilotos y mecánicos quedan a la izquierda de la del comandante. —explicó el sargento Barroso.

—¿Taller para los aviones, sala de reuniones, baños, el resto de servicios? —preguntó Luis extrañado de encontrar tan pocas facilidades en aquel lugar.

—El taller lo estamos construyendo al otro lado de la pista, lo han sobrevolado para aterrizar. —indicó Barroso dando a entender que tenían que haberlo visto, como así era. —Es una caseta de chapa ondulada que hemos traído desde Tánger… material británico, muy bueno, aunque no sirve para guardar los aviones en él, si para efectuar reparaciones de motores y otros elementos del avión. La sala de reuniones irá a continuación, tal vez mañana. En cuanto al resto de los servicios, de momento me temo que no tenemos nada.

—¿Nada, ni tan siquiera letrinas?

—Nada en absoluto. Esperamos que mañana o pasado a más tardar, pueda venir hasta aquí una de las nuevas excavadoras para construir pozos negros. Hasta entonces nos apañamos con medios de circunstancias.

—Bueno, entiendo que acabamos de crear este aeródromo de la nada. Lo más importante para mi en estos momentos es ¿Es seguro este aeródromo, hay problemas con los argelinos?

—Todo lo seguro que puede ser, dadas las circunstancias. De momento los argelinos parecen estar a verlas caer y no parecen demasiado dispuestos a implicarse en la guerra a favor de Francia por su propia cuenta. De todas formas permanecemos atentos a la situación y esta noche extremaremos las precauciones.

—Gracias, sargento. —respondió Luis antes de volverse hacia sus hombres, que habían escuchado la conversación casi en silencio. —Ya lo habéis oído, dejad vuestros equipos en la tienda y a falta de algo mejor nos reunimos en cantina en treinta minutos.

Orán, 26 de abril de 1917

La otrora bulliciosa ciudad había desaparecido días atrás al ser victima de un duro incendio que arrasó casas y comercios, sobre todo cerca del puerto y en los barrios más populosos, que casi habían desaparecido. Hasta allí llegó el coronel de la Guardia Civil Alfredo Maranges del Valle, dispuesto a hacerse cargo del gobierno militar de la ciudad. No tardó en reunirse con el comandante de la guardia civil, Alejo Artiz y Massas, quien hasta el estallido de la guerra estuviera destinado en la comandancia de Almería. Lo hicieron en el Club Militar de Orán, que milagrosamente se había salvado de las llamas.

Par Vatekor — Vatekor, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=10625452

—Las investigaciones preliminares parecen indicar que el incendio fue fortuito, mi coronel. —explicó el comandante Alejo. —Los franceses empezaron a realizar destrucciones controladas para evitar que nos apoderásemos de sus recursos y aquello provocó un motín al creer los habitantes que iban a quemar sus medios de vida, sobre todo sus alimentos.

—Cosa que, paradójicamente, acabó causando o permitiendo la expansión del incendio sin control y la destrucción de la ciudad… Entiendo. ¿Seguirá investigando? —quiso saber el coronel Maranges.

—Por supuesto, mi coronel, los tenientes Emiliano Merino Naval y Jaime Obrador Casanovas dirigen la investigación, que tiene prioridad.

—Bien, ¿Qué ha ocurrido con los prisioneros franceses? —quiso saber a continuación Maranges.

—Los hemos concentrado en la plaza de toros de la ciudad, donde han quedado a la espera de ser trasladados a España en cuanto sea posible, mi coronel. —respondió Alejo.

—¿Quién está al cargo de su custodia?

—El capitán José Tomas Romeu, mi coronel.

—Hágale saber que debe extremar las precauciones, quiero que informe de cualquier altercado o herido y ocúpese de coordinar con la marina el traslado de los prisioneros.

—A la orden mi coronel.

—Bien, pasemos al siguiente punto. ¿Cómo está tomando la población de la ciudad y los alrededores la ocupación? —preguntó Maranges. —¿Tendremos problemas con ellos?

—De momento la situación parece controlada. Como bien sabe la mayor parte de los varones fue movilizada al estallar la guerra y los que quedan son o demasiado viejos o muy jóvenes para suponer una amenaza. Además, de los ciento veinte mil habitantes de Orán, un tercio son españoles, alicantinos para más señas, y del resto muchos son franceses naturalizados con origen alicantino.

—Vaya, había escuchado hablar de la emigración alicantina a Argelia, pero ¿Tantos?

—Así es, mi coronel.

—¿Y qué hay de los musulmanes?

—Los musulmanes son una minoría en la ciudad, solo unos veinte mil, o debería decir eran, pues gran parte del daño en los motines se concentró entre esa población. —explicó Alejo para añadir de inmediato. —No me refiero a que muriesen sino a que al ser arrasados sus barrios, muchos han cogido los bártulos que han podido salvar para dirigirse al interior, a casas de parientes y cosas así.

—Es imperativo controlar la situación, comandante Artiz. Nuestra prioridad es asegurar el puerto y controlar la línea férrea entre Beni Saf, Mostaganem y el frente. Estamos hablando de unos ciento diez kilómetros de vía férrea entre Beni Saf y Orán y otros doscientos treinta kilómetros hasta Oed Sly, en el frente.

—Por supuesto, mi coronel. ¿Contaremos con ayuda?

—Sí, aun no es oficial, pero parece ser que el coronel de carabineros José Senabres y Solves será nombrado gobernador militar de Mostaganem. Don José es un buen hombre, lo conozco y hará bien su oficio. Él y sus hombres deberían llegar a aquel puerto en unos días y liberar a los infantes de marina que ahora realizan las tareas de ocupación.

—Si le parece bien me coordinare con el comandante actual e intentaré tenerlo todo encarrilado para cuando llegue el coronel Senabres, mi coronel.

—Hágalo, comandante Artiz. Siguiente punto. ¿Qué hemos logrado recuperar al capturar la ciudad?

—El puerto ha sido devastado. El capitán de ingenieros Agustín Arnaiz Arranz está evaluando la situación, pero el puerto ha quedado muy mermado. Tal vez sea capaz de poner en funcionamiento una de las grúas empleando piezas del resto de grúas del puerto, pero no puede asegurar nada. Grave, pero no imposible de subsanar siempre y cuando empleemos buques que lleven sus propias grúas a bordo. —explicó Alejo. —Otras facilidades del puerto como talleres o instalaciones navales están mucho peor pues han sido arrasadas por completo. Tal vez podamos recuperar alguna maquina aquí y allá, pero nada que pueda servirnos para mantener una flota.

—Una lástima… pero es lo que toca. Que el capitán Arnaiz vea si puede recuperar algo, lo que sea, y que empiecen el desescombro del puerto de inmediato si es que no ha empezado. Pediré al general Primo de Rivera que nos preste ayuda en ese campo, una de sus brigadas bastará de momento para el desescombro y luego puede ayudarnos a patrullar la vía férrea hasta la llegada de las fuerzas que esperamos de la península.

—Como usted ordene, mi coronel.

—El puerto está destruido… ¿Qué pasa con las baterías de costa que lo protegían y que los franceses volaron? ¿Puede salvarse algo?

—El teniente de artillería Agustín Plana y Sancho está inspeccionando las baterías. En principio los cañones son irrecuperables, pero su acero es bueno y ha recomendado su envío a España para su reutilización. Con algo de suerte tal vez puedan recuperarse algunos elementos auxiliares de las baterías, grúas, atacadores, etc., pero los franceses hicieron un trabajo endiablado al destruirlas, así que incluso eso será difícil.

—Bien, es prioritario despejar esas baterías e instalar nuestras propias defensas de costa, y ahora dígame. ¿Hemos logrado capturar alguna fábrica en la ciudad, y alimentos o suministros esenciales?

—Esta ciudad no está demasiado industrializada, el teniente de ingenieros Rafael Llorente Sola ha logrado recuperar alguna maquinaria de una fábrica de muebles destruida por las llamas y sigue buscando, pero sin demasiadas esperanzas. En cuanto a los alimentos y suministros, la mayor parte de los presentes en la ciudad fue pasto de las llamas, pero en las poblaciones de los alrededores si existen buenas cantidades de alimentos e incluso vino.

—Designe un oficial de intendencia a su control de inmediato. Los alimentos o suministros que fuesen propiedad del gobierno francés deben pasar a nuestro control de inmediato, el resto déjeselo a sus propietarios pero anuncie que adquiriremos sus existencias como hacían los franceses.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar