Ultramar II

Sede de la Unión Naval de Levante, Valencia, 8 de mayo de 1917

—El auditor de división Don Francisco Cervantes y Salas ha llegado, Don José. —avisó su secretaria por el interfono.

—Qué pase Consuelo, gracias. —respondió el empresario levantándose para recibir a su invitado, a quien recibió estrechándole la mano y ofreciéndole asiento. —Don Francisco, bienvenido a la Unión Naval de Levante. ¿Desea algo de beber?

—No, Don José, muchas gracias por su ofrecimiento, tengo algo de prisa y demasiado trabajo que atender. —respondió el auditor militar.

—Un agua o un café entonces. —ofreció de nuevo el empresario naval.

—Bueno, ya que insiste una infusión si tiene. —aceptó el ofrecimiento en esta ocasión el auditor, llamando de inmediato José Juan Dómine a su secretaria para pedirle una infusión para su invitado y un carajillo de anís para él.

De Vicente Barberá Masip – (1900-01-13). «La Sra. Pardo Bazán en Valencia». Blanco y Negro (454). ISSN 0006-4572., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=113053503

—Bien, Don Francisco, usted solicitó esta reunión de urgencia ¿Qué se le ofrece? ¿Necesita movilizar mis buques una vez más?  —preguntó José.

—No, en esta ocasión mi visita está relacionada con su actividad fabril y no con la naviera. Para ser más concreto, con su actividad fabril terrestre y no la construcción naval. —respondió Francisco.

—Bien, usted dirá.

—En primer lugar permítame decirle que los blindados UNL Pizarro que fabrican han sido un éxito superlativo. ¡Enhorabuena! —dijo Francisco.

—Gracias Don Francisco. —respondió José.

—En segundo lugar mi más sincera enhorabuena y admiración por la maquinaría que ideo. La pala empujadora “Toro” y la excavadora “escorpión” son, simplemente, impresionantes e inmejorables.

—Muchas gracias de nuevo. —contestó José esperando la continuación, pues suponía que todo un auditor de división no visitaría su sede por algo tan nimio como una felicitación que podía mandar con una nota por correo.

—No se merecen, soy yo, no, es España quien le da las gracias… lo que nos lleva al motivo de mi visita. Durante los recientes combates en África los Pizarro han dado un gran resultado pero hemos perdido varios de ellos cuando quedaron atascados, imposibilitados de avanzar al encontrarse con una zanja, para ser posteriormente atacados por artillería enemiga.

—Nosotros solo cumplimos con los modelos que el ejército nos entregó, Don Francisco. —respondió José, temiendo que las culpas del fracaso de los Pizarro acabase repercutiendo en su empresa.

—Oh, no me malinterprete, Don José, las bajas son algo normal en la guerra y los Pizarro han dado un gran resultado. —intervino el auditor. —La razón de mi visita es otra. Usted mismo fue un visionario que a partir de la idea de los carros principales de batalla ideó la fabricación de tractores de trabajo especializados, los escorpión y toro.

—Así es… —empezó a decir José, justo cuando se abrió la puerta para dar paso a su secretaria que traía una bandeja. Poco después y tras dejar la infusión frente al auditor Francisco y el carajillo frente a José, se despidió y abandonó el despacho. Mientras José ponía un poco de azúcar en su café y lo removía agradeció mentalmente la oportuna entrada de Teresa, que tan bien le vino para ordenar sus pensamientos.

—Y ahí es donde esperamos su colaboración. En la batalla que mencione del otro día, varios de los vehículos blindados quedaron averiados frente a la zanja anti-vehículo enemiga, donde acabaron siendo rematados por la artillería. En varias de esas ocasiones los vehículos podrían haberse salvado de haber dispuesto de medios especializados para hacerlo. —continuó Francisco al ver que José había callado, absorto en su café.

—¿Si…?

—Sí, así es, lo que nos lleva al motivo de mi visita. Al ejército le gustaría que diseñe y construya un vehículo de recuperación, capaz de arrastrar e incluso sacar de zanjas a nuestros vehículos blindados. Lo que vendría a ser un vehículo que ya sea mediante una grúa o su capacidad de arrastre sea capaz de sacar a nuestros vehículos de la batalla para repararlos adecuadamente en retaguardia.

—Entonces necesitan un vehículo de recuperación para ¿Los ingenieros que diseñaron el Toro y el Escorpión siguen disponibles?

—Los señores García Benítez y Martínez de Septién siguen trabajando para nosotros y en estos momentos se dedican a tratar de mejorar el Toro y el Escorpión. —explicó José.

—Entiendo, pues ya sean ellos o cualquier otro ingeniero. ¿Podrá su empresa desarrollar el vehículo que le solicitamos? —quiso saber Francisco.

—Me reuniré con ellos de inmediato, Don Francisco.

—Si es posible estoy seguro de que estarán dispuestos a enfrentarse al reto que me plantea. —dijo José antes de beber un sorbo de su ardiente carajillo.

—Es imperativo que ayuden en esto, Don José, necesitamos esos vehículos. No podemos permitirnos perderlos por averías que pueden ser solucionadas.

—Veré que puedo hacer. ¿Puede el Ministerio de Armamento prestarnos alguna ayuda?

—Informaremos al ministro Bustamante para que el departamento del Tesoro busque, si es que existe, información sobre cualquier precedente que pueda existir, pero ustedes…

—Nosotros haremos nuestra parte y empezaremos a trabajar de inmediato.

Una tumba en Cebú

Tras el fin de la última temporada de tifones el ejército nipón se preparó para conquistar de una vez por todas, la última de las islas filipinas en manos españolas. El ataque de primeros de año había sido rechazado con serias pérdidas y ahora querían lavar la imagen de derrota que esto suponía destrozando a los defensores.

Con este fin, la Nippon Kaigun reunió una poderosa flota alrededor de la isla. En esta ocasión antes del desembarco arrasarían las defensas con el fuego naval procedente de ocho acorazados pre Dreadnought y cinco cruceros acorazados que, a su vez, serían protegidos de los submarinos enemigos por treinta y seis destructores ya equipados con armas antisubmarinas cedidas por los ingleses. Una impresionante fuerza naval que operaria desde la cercana isla de Bohol. Para ello el ejército ocupo la isla, estableciendo una base en la capital, Tagbilaran.

Al mismo tiempo la fuerza de destructores tendió numerosos campos de minas frente al puerto de Tagbilaran, desde la punta Cruz, al noroeste de la ciudad, donde la antigua torre de vigilancia española ahora servía de puesto de guardia para el ejército, hasta la isla de Panglao, al sur de allí. Tras muchos meses de trabajo para noviembre la IJN por fin dispuso de un puerto muy bien protegido cerca de la zona de operaciones. Allí podrían repostar, descansar, avituallarse, y sobre todo realizar las imprescindibles reparaciones menores que mantendrían los buques en condiciones de combate.

Los bombardeos empezarían a primeros de diciembre, significando el preludio de la batalla final. Días tras día, si el tiempo lo permitía, los buques fuertemente escoltados se dirigían hacia la zona de Cebú, donde bombardeaban con saña las defensas enemigas, especialmente las baterías costeras que protegían el puerto y el propio puerto. Allí el crucero protegido Kaiserin Elisabeth y el submarino Conquistador resultarían dañados, siendo hundido por su propia tripulación el segundo de ellos ante la imposibilidad de salir. En el mar los intercambios de disparos eran muy desiguales, aun así, los cañones de 150mm españoles respondían con virulencia, alcanzando repetidas veces a sus atacantes y provocando varias bajas. 

Tan solo el submarino Bahamas restaba ya en disposición de combatir, aunque privado del puerto se veía obligado a repostar en diversas calas y por medios precarios al amparo de la noche. De todas formas, adivinando que la suerte de la isla pendía de un hilo, y que su cañón de cubierta era ya inútil al enfrentarse no a los buques mercantes del enemigo sino a su propia flota, desmontarían el cañón para enviarlo a tierra con todas sus municiones. Después de esto el submarino saldría a mar abierto una vez más, dispuesto a destruir a los acorazados que bombardeaban la isla. 

Pronto comprobaría que no sería fácil, el número de destructores era simplemente demasiado elevado y rodeaban a los grandes buques como una manada de perros guardianes, imposibilitando toda aproximación. Las precauciones que el enemigo tomaba llegaban al punto de retirarse al caer la noche o cuando había una mala mar que podía dificultar el buscar periscopios sobre la superficie, e incluso lanzando cargas de profundidad de forma aleatoria, regresando a su puerto hasta que las condiciones cambiaban. No hubo más remedio que centrarse en atacar cuantos enemigos hubiese en su camino. A lo largo de las semanas siguientes lograría torpedear siete mercantes que llevaban suministros a Bohol, hundir al crucero protegido Hashidate, y tres destructores, y dañar el crucero Yahami.

Por desgracia y pese al apoyo que le presto la artillería de costa al centrarse en atacar a los destructores para debilitar así la cobertura que prestaban, resultó imposible atacar a ninguno de los acorazados, pues continuaron llegando nuevos destructores. Con los torpedos agotados a excepción de los tres torpedos que cargaba en ese momento, el submarino permaneció a la espera de una oportunidad durante 19 días. Durante el día se sumergía en las cercanías de alguna playa y esperaba pacientemente a salir a respirar durante la noche, repitiendo la secuencia una y otra vez con el fin de despistar al enemigo. Finalmente, el 3 de febrero partiría en busca del enemigo, estacionándose cerca de Calibao. 

Al amanecer se dirigió en busca de los acorazados enemigos, que como siempre estaban estrechamente vigilados por los destructores. No hubo más remedio que decidir atacar uno de ellos al que lanzo un torpedo que le causó graves daños, hundiéndose poco después mientras el submarino escapaba con rapidez. Al día siguiente atacaría a un mercante que llegaba a Bohol sin duda con refuerzos y suministros, para posteriormente y tras recargar agua y provisiones en abundancia partir para tratar de alcanzar Guahán. Su utilidad en las Filipinas había acabado cuando se agotaron sus torpedos.

En tierra el brigadier Valdés supo que ahora estaba completamente solo. Sus cañones de costa habían logrado dañar varios buques y hundir dos destructores, dañando a otra docena, era sin embargo evidente que ahora que carecía de submarinos la artillería de gran calibre enemiga acabaría por imponerse a sus piezas medianas. Además, la provisión de municiones no duraría eternamente, por lo que decidió racionar su uso… tal vez si el enemigo creía que sus piezas habían sido destruidas o se habían quedado sin municiones cometerían un error…

Desaparecida la amenaza de los sumergibles y con la artillería de costa racionando sus disparos la flota enemiga disparó a placer arrasando las playas y debilitando las defensas de la isla. Pese a todo durante las dos semanas siguientes la artillería de costa aun lograría un último éxito al hundir el destructor Ume con una certera salva que le causó graves daños y un incendió que no pudieron controlar. Fue el último gran éxito de los defensores, pues a partir de ese momento a duras penas lograron mantener alejados a los acorazados y cruceros acorazados. Todo estaba ya preparado para la invasión y el brigadier Valdés, conocedor de la situación, movilizó sus reservas hacia aquella zona, donde permanecerían ocultas en segunda línea.

El asalto llegaría el día 6 de mayo, cuando una flotilla de pesqueros y pequeñas embarcaciones impulsadas a vapor partieron con las fuerzas de choque desde la isla de Bohol. Aprendida la lección de anteriores desembarcos en esta ocasión el ejército imperial desistió de utilizar las lentas barcazas y botes auxiliares de los buques y eligió utilizar pequeños vapores con los que se acercarían hasta las playas para embarrancar en ellas y saltar al agua para recorrer los últimos metros a nado. Habían elegido para ello pequeños botes de pesca con pequeños calados de entre 1.3 y 1.8 metros como máximo.  Con ellos esperaban llegar a la costa sin demasiadas complicaciones al tratarse de botes impulsados a vapor en lugar de los anteriores botes a remo, y una vez allí saltar al agua con celeridad.  Para esto incluso cargaron rampas en los botes con el fin de facilitar el salto.

Al amanecer los defensores de Carcar vieron aparecer la impresionante flota de invasión frente a sus ojos. Una docena de acorazados y cruceros acorazados abrieron fuego sobre las playas una vez más, haciendo saltar las alambradas y castigando las trincheras en las que los soldados se agazapaban esperando el fin del bombardeo. Mientras tanto algunos de los destructores se destacaban hacia las playas para sumar su fuego al de los grandes buques, dejando al resto de destructores dando vueltas en torno a su flota. Una hora después llegaría el momento de la infantería, por lo que pudo verse con claridad como los lanchones que la transportaba surgieron de detrás de la flota para dirigirse a las playas.

Por fin los defensores tenían un enemigo al que podían disparar frente a sí.  Inmediatamente corrieron hacia sus puestos poniendo en posición sus ametralladoras. Poco después de las 10 de la mañana se iniciaría el fuego de respuesta. Cientos de hombres dispararon sobre las barcazas al mismo tiempo que tras ellos, ocultos en la espesura, la artillería disparaba sobre botes y buques. Pronto las primeras barcazas resultarían alcanzadas, hundiéndose varias de ellas a causa de las explosiones que en algunas ocasiones las alcanzaron y en otras muchas destrozaban sus obras vivas a causa de la presión del agua. Aún peores fueron los efectos de las granadas de metralla con espoleta a tiempo, que explosionaban en el aire regando amplias zonas de metralla y acabando con decenas de los hombres que se hacinaban en las cubiertas de las embarcaciones de asalto.

Nada de ello sirvió para detener la invasión. El enemigo era simplemente demasiado numeroso y la mayoría de los vapores lograron superar los obstáculos tendidos por los defensores y llegar a la orilla sin novedad, embarrancando en ella para desembarcar. En las cubiertas de los vapores cientos de hombres saltaron al agua, mientras otros muchos lanzaban las pasarelas de madera por la proa para descender por ellas de forma más ordenada. Muchos de ellos morirían allí, al ser alcanzados por los disparos de fusiles y ametralladoras… aún más lo hicieron al enredarse sus piernas en el alambre de espino que había sido tendido bajo las aguas, a escasa distancia de la costa, ahogándose al caer.

Pese a todo pronto miles de soldados nipones corrían por la playa en dirección a las trincheras españolas. El alambre de espino dio un respiro a los defensores, pero el enemigo utilizó torpedos Bangalore para abrir una brecha, y tras un breve respiro en el que las tropas no dejaron de afluir a las playas ahora duramente bombardeadas por la artillería, volvieron a pasar al ataque. Por enésima vez las ametralladoras causaron una matanza disparando hasta el punto de dejar sus cañones al rojo. Por desgracia nada sirvió contra la oleada que se les venía encima, y pronto los primeros puestos fueron asaltados, luchándose cuerpo a cuerpo hasta que fueron superados. 

La artillería continuaba haciendo fuego sobre las playas y sobre las posiciones recientemente perdidas, destrozando a los atacantes que quedaron paralizados sin lograr explotar el éxito. Las granadas de 75mm regaban de metralla las playas, mientras cada tres minutos una monstruosa pieza de 280mm lanzaba una granada de alto explosivo que sacudía la playa y el espíritu combativo de los soldados que ya habían sido azotados por la explosión de varias minas u hornillos. Desde la segunda línea y los puestos aledaños a las posiciones tomadas, las ametralladoras disparaban sin cesar, arrasando a los soldados desde el frente y los flancos.

Esto obligó a la Armada Imperial Japonesa a acercar varios acorazados a las playas para bombardear en fuego directo a los defensores. Sería entonces cuando los obuses de 210mm Plasencia que estaban disparando sobre los acorazados empezaron a centrar sus objetivos. El duelo se alargó durante largos minutos logrando veinte minutos más tarde alcanzar al acorazado Fuji. La granada perforante atravesó su torre de popa acabando con sus sirvientes y destrozando la artillería. Retirado este acorazado, una nueva unidad, el Iki, lo sustituyó.

Permanecería allí hasta que una hora más tarde una salva de proyectiles logró al menos dos impactos directos, cayendo el resto de los proyectiles a su alrededor. Las dos pesadas granadas de 85kg perforarían su cubierta protectriz la granada para atravesar varias cubiertas y explosionar en sus entrañas, aún peor fue el que los proyectiles que cayeron a su alrededor enviasen una onda de agua a presión sobre el casco, abriéndose los remaches y provocando grandes vías de agua. Como resultado de esto y tras horas de lucha contra la inundación acabaría hundiéndose a menos de 1.000 metros de las playas.

Pese al breve respiro que esto otorgó a los defensores, a lo largo de la mañana las tropas enemigas continuaron afluyendo a las playas abarrotadas de hombres. En ellas el bombardeo español continuaba sin tregua. Cientos de hombres morirían o resultarían heridos, pese a lo cual los invasores estuvieron en posición de lanzar una nueva ofensiva poco después, asaltando la segunda línea española. 

En este asalto una vez más las ametralladoras españolas cobraron protagonismo, desgraciadamente el enemigo era demasiado numeroso, y aunque siendo rechazado en la mayoría de los blocaos defensivos lograría asaltar alguno de ellos dejando la línea española expuesta. Nuevos ataques durante la tarde servirían para ir ampliando la recha, obligando a los defensores a abandonar la lucha en las playas para retirarse a nuevas líneas al norte de allí, donde se dispusieron para defender la capital. 

Las bajas españolas fueron muy elevadas, de casi 2.000 hombres, afortunadamente muchas de las armas fueron recuperadas y entregadas a milicianos para luchar de nuevo, logrando reponerse parte de la fuerza perdida en los combates del día. Los japoneses, aunque sufrieron casi 8.000 bajas no tuvieron ese problema, y las tropas de refuerzo siguieron afluyendo a las playas durante toda la noche. 

Durante las semanas siguientes los ataques japoneses continuaron, obligando a los 20.000 defensores, muchos de ellos milicianos armados con fusiles japoneses abandonados tras el primer desembarco, a irse replegando lentamente al norte, hacia la capital. Sería cuando los japoneses lanzasen un nuevo desembarco, en esta ocasión en los alrededores de Carmen, al norte de Cebú, cuando las fuerzas españolas se verían obligadas a un último repliegue para concentrarse en los alrededores de la ciudad, cuya población civil había sido previamente evacuada.

A primeros de julio los últimos 12.000 defensores estaban rodeados.

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