Vencer II

CG Norte, Jaca, 20 de febrero de 1917

El presidente Weyler por fin se reunió con el general Villalba y su estado mayor en la ciudadela de Jaca, donde este había montado su cuartel general. Desde allí disponía de unas comunicaciones relativamente buenas y estaba lo suficientemente lejos de los frentes del noroeste y levante para que los comandantes de aquellos ejércitos no creyesen que se inmiscuía en su trabajo, y en ese mismo sentido, él agradecía que el ministro de la guerra y el propio gobierno no se inmiscuyesen en el suyo. De todas formas y siendo Weyler militar, esperaba o más bien sabía que podría sobrellevarlo.

La visita de hoy era sin embargo obligada. España había rechazado ataques enemigos en todos los frentes y parecía estar recuperando la confianza en si misma tras la batalla. El propio Weyler, totalmente recuperado de su enfermedad parecía un torbellino que visitaba cada resorte de poder de la nación para lograr que diese lo mejor de sí mismo y, por supuesto, eso lo incluía a él.

Villalba empezó relatando la reciente batalla de los pirineos y explicando, paso a paso, el desarrollo de la batalla y sus impresiones personales. Por supuesto Weyler ya sabía todo aquello, pero escucharlo de un militar directamente implicado en los combates logró que una sonrisa aflorase a su rostro. Villalba había estado metido de lleno en la batalla y conocía los mil y un detalles que los informes oficiales habían pasado por alto. Por fin, tras una larga charla, pasaron a tratar la verdadera razón de la visita de Weyler, el estado de las defensas en los Pirineos.

Asentadas en la cadena montañosa que separaba Francia y España las defensas aguantaban bien y los soldados resguardados a la sombra de los campos atrincherados españoles mantenían su moral alta y una condición física envidiable.

—Nosotros estamos en lo alto de las montañas de forma que cuando llueve el agua corre hacia el llano con rapidez, pero nuestros enemigos están en el llano y eso marca una gran diferencia. Mientras nuestros hombres permanecen secos en las trincheras los británicos viven en verdaderos lodazales. Los franceses en la zona mediterránea menos, pero su posición tampoco es cómoda. —explicó Villalba para continuar tras el asentimiento de Weyler.

—En cuanto a las estribaciones más altas de los Pirineos, nuestras unidades tienen buenas posiciones y casi no han sido atacadas por los franceses. A lo sumo algunos bombardeos esporádicos. Allí el verdadero problema es el frío. En esta época del año y aunque nuestros hombres cuentan con leña y carbón en abundancia para calentar sus refugios, el tiempo que pasan fuera de guardia puede ser un suplicio.

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—¿Se ha descubierto ya a los responsables de la desaparición del material militar? —quiso saber Weyler.

—Solo a unos pocos oficiales o suboficiales que escamotean algunos equipos, pero nada que justifique la falta de suministros a gran escala, al menos no a una escala como la que estamos viendo. —respondió furioso Villalba. —La Guardia Civil está vigilando a los infractores para ver si los llevan a sus cómplices, sin éxito de momento. Me gustaría detenerlos y juzgarlos con todo el rigor de la ley. No soy juez, pero para mí, merecen la muerte.

—Estoy de acuerdo con usted. Este asunto se está eternizando demasiado. ¡Que los detengan de inmediato! En cuanto a su castigo, estamos formando un batallón de castigo con expósitos culpables de delitos de lesa majestad. Los quiero a todos degradados y sirviendo en esa unidad. Allí aprenderán por las malas los efectos de sus robos al mismo tiempo que sirven a España por ultima vez. —decidió Weyler.

—Algo había oído sobre ese batallón de castigo. ¿De quién fue la idea?

—Del teniente coronel Millán-Astray. —respondió Weyler.

—¿Millán-Astray? Lo hacía empantanado en algún lugar de la Guinea Ecuatorial Española.

—Tuvo que ser evacuado hace unas semanas, malaria, se está recuperando bien, pero ahora ya no puede regresar a su mando.

—Sí, hemos perdido Fernando Poo. Es un duro golpe, se del aprecio que le tenía al general Arolas.

—La pérdida de Juan es un duro golpe. A nuestra edad ya no deberíamos andar haciendo estas cosas. Extendimos su mando para que construyese en puerto que fuese la envidia del mundo y ahora… En fin, los británicos por fin han comprendido que si quieren derrotarnos deben asfixiarnos. Mucho me temo que van a dejar de intentar derrotarnos en una batalla decisiva. Sin Fernando Poo hemos perdido una de nuestras principales bases de corsarios y la que dirigía toda su actividad en el Atlántico sur.

—Nos queda Tenerife. La estación del telégrafo sin hilos del Teide alcanza medio planeta. —intervino Villalba.

—Sí, así es, al menos de momento. Por desgracia la conquista de Canarias es cuestión de tiempo y con unidades navales enemigas en la zona no podremos enviar refuerzos ni suministros.

—El viejo sueño ingles de apoderarse de esas islas está a un paso de lograrse… tal vez podríamos pasar a la ofensiva en el norte de África. Ya hemos rechazado los ataques enemigos y gran parte del Rif está bajo el control de Mohammed Abd el-Krim. Si lo apoyamos ahora, tal vez atraigamos a las fuerzas enemigas al continente.

—Sí, el ataque a Tánger ya está siendo preparado. Tenemos seis divisiones en la zona, incluyendo una de infantería de marina. Deberían ser las suficientes para expulsar a los británicos de Tánger con la ayuda de las cabilas de El Raisuli. —explicó Weyler.

—No me refería a eso, el ataque sobre Tánger lo doy por hecho. —dijo Villalba despertando el interés de Weyler. —Abd el-Krim ha entrado en la zona francesa lo que ya detraerá tropas enemigas del frente, pero a nosotros nos queda un cuerpo de ejército de caballería en Melilla. Marchemos con él hacia Oran. Los franceses se volverán locos.

—Es posible. Además, una marcha sobre Orán podría sernos de utilidad para el plan de cerrar el Mediterráneo. Lo estudiare. —dijo Weyler para cambiar de tema de inmediato. —Hablando de planes. He visto que has formado dos nuevos ejércitos. Antes teníamos los ejércitos de Levante en Cerbera, del Norte en Irún, y de Montaña en la zona central de los Pirineos…

—Sí, pero con la nueva afluencia de divisiones mantener esa estructura era demasiado complicada para sus jefes pues suponía que cada ejército debía dirigir más de seis cuerpos de ejército. Lo que he hecho ha sido agrupar los cuerpos de ejército de dos en dos o tres en tres para formar nuevos ejércitos. Ahora aparte del de Levante, de Montaña y del Norte, tenemos los ejércitos 4 al 8 agrupando los veintidós cuerpos de ejército de este frente. Algunos como el de montaña son de tres cuerpos de ejército, aunque este, cuando regrese el cuerpo de ejército del Maestrazgo, formará un segundo ejército de montaña. —explicó Villalba.

Weyler, al escuchar aquello río con suavidad. —Hace solo unos días el ministro Coca y Luque me comentaba que ya teníamos quinientos generales con mando operativo en España… ¿Quién lo hubiese creído posible hace tres años?

—Señor presidente, creo que…

—No, general, no, no es una crítica, solo un comentario. Apoyo totalmente su decisión. De hecho y si me acepta un consejo, agrupe esos ejércitos en un grupo de ejércitos norte y otro de Levante, con sus propios comandantes y cuarteles generales. Su propio cuartel general quedará convertido en el Estado Mayor del Ejército.

—Serán más generales en activo… —dijo Villalba sonriendo.

—Bueno, pronto tendremos un millón y medio de hombres en armas… la verdad, no sé como los alemanes, franceses o británicos, no hablemos ya de los rusos, consiguen mantener a millones de soldados en armas.

—Yo tampoco, aunque con los rusos no sé yo si de verdad lo consiguen.

—Sí, ya hemos visto sus derrotas durante la guerra. —dijo Weyler señalando las constantes derrotas sufridas por los rusos desde que empezara la guerra. —Hablando de derrotas. He visto que en los Pirineos solo tenemos esos tres cuerpos de ejército ¿No son demasiado pocos, podrán aguantar un ataque?

—Es cierto que tres cuerpos de ejército son pocos, por eso queremos incorporar al cuerpo de ejército del Maestrazgo en cuanto sea posible. De todas formas nuestras posiciones son buenas y piense que hemos cubierto muchas de las rutas con las nuevas minas. Ya hemos colocado cerca de dos millones y en cuanto llegue la primavera y nuestros ingenieros puedan subir otra vez, plantaremos otros dos.

—Claro, las minas, las había olvidado. La edad no perdona… —dijo Weyler llevándose las manos a la cabeza.

—Señor presidente…He escuchado que los hombres del maestrazgo están adiestrándose en escalada y técnicas de montaña.

—Así es. El teniente general Francisco Pérez Clemente creyó adecuado instruir a sus hombres en escalada y esquí para el movimiento invernal y a Luque le pareció bien.

—Estoy de acuerdo con ellos. Sin duda hay muchas técnicas como las del esquí que podrían sernos de utilidad. ¿Hay alguna posibilidad de extender esa enseñanza al resto del ejército de montaña?

—Sin duda podrá hacerse, Villalba.

—Es un alivio.

—Cambiando de tema. ¿Ha pensado en alguna forma de lanzar una ofensiva que, previsiblemente, no suponga una carnicería para nuestras tropas? Llevamos mucho tiempo a la defensiva y temo que tarde o temprano tengamos que atacar.

—Lo llevo pensando un tiempo y la verdad es que no he encontrado la forma de hacerlo. Es decir, en la ultima ofensiva contamos con las minas y el factor sorpresa, pero ninguna de dichas opciones es ya utilizable… se a lo que se refiere. Si lanzamos una ofensiva como las que se han dado en Flandes o Rusia podemos sufrir decenas de miles de bajas, que digo decenas, cientos de miles y no nos podemos permitir algo así. Lanzar masas de hombres contra el enemigo sería una matanza y lanzar demasiado pocos no lograría romper sus defensas, lo que también sería una matanza.

—Exacto, a eso me refiero. Estimado Villalba, debe encontrar la forma de hacerlo. Al final y como dijo el general chino Sun Tzu hace más de dos mil años; “la invencibilidad radica en la defensa, la posibilidad de victoria en el ataque”. Tenemos que ser capaces de atacar.

—Buscare la forma.

—Hágalo, por favor, estoy seguro que usted encontrará la forma, y ahora dígame cuál es la situación del ejército y qué necesita. Aparte de los equipos de invierno, quiero decir. Dígame sus necesidades y trataré de proveerlas.

—Cañones, ametralladoras, carros principales de batalla, aviones, municiones y repuestos para que todo eso siga funcionando y, sobre todo, camiones, muchos camiones, automóviles y combustible para moverlo todo. Solo así podremos acudir allá a donde sea necesario y repartir los suministros con eficacia. —dijo Villalba con resignación.

—Eso ya lo intentamos proveer. Quiero que me diga las necesidades específicas que crea necesitar.

—Necesito más artillería. Los cañones contrabatería de 152mm han dado un gran resultado pero tengo muy pocos. Apenas un par de baterías de esos cañones. Si queremos batir al enemigo y contestar a su fuego a gran distancia, necesito artillería capaz de alcanzar objetivos a más de 15.000 metros y esos son los únicos cañones que superan esa distancia. Sé que luchamos con ellos por la marina, pero de verdad los necesitamos y si la marina no puede cedernos esos cañones deberíamos ver si el ejército puede fabricarlos en cualquier otro lugar.

—Bien, cañones de 152mm. ¿Tan necesarios son esos cañones?

—Digámoslo así. Empezamos esta guerra con cañones del 75 a nivel brigada y del 105 a nivel divisionario… si de mi dependiera pasaría los 105 a las brigadas y me quedaría con los 152 para las divisiones.

—Entiendo. ¿Qué más? —preguntó Weyler mientras tomaba unas notas de su puño y letra.

—Ametralladoras. Las Vickers y las Hochtkiss son buenas, pero muy pesadas e inadecuadas en el ataque. Por fortuna ahora tenemos las Cetme, el Mondragón adaptado, pero su cargador de veinte cartuchos se agota demasiado rápido. Las Lewis y Chauchat capturadas son mejores, pero tenemos demasiado pocas y les ocurre lo mismo. Las Bergman con su alimentación por cinta de proyectiles, la misma que la de las ametralladoras pesadas es mejor, pero tenemos demasiado pocas.

—Potenciar la fabricación de ametralladoras ligeras Bergman y ver si es posible diseñar armas superiores. —escribió Weyler antes de volver a preguntar que más deseaba.

—Carros Principales de Batalla. Se están fabricando con cuentagotas y necesito más. Me gustaría tener al menos cuatro por división y ahora mismo no llego ni a uno, así que me he visto obligado a formar dos batallones independientes, uno a cada lado de los pirineos.

—El problema es que el acero de esa calidad es muy escaso y valioso pues tiene muchos pretendientes, pero veré que puedo hacer.

—No pido más. También necesitamos más y mejores aviones, sobre todo cazas. Los últimos seis meses los Albatros han supuesto una gran diferencia y nuestros nuevos Díaz parecen incluso mejores, pero necesitamos producirlos en más numero y seguir desarrollando nuevos aviones.

—Por lo que tengo entendido los empresarios son reacios a ampliar sus factorías porque saben que cuando acabe la guerra no podrán mantenerlas.

—Pues necesitamos esos aviones y junto a ellos a más pilotos, tantos como podamos. La idea de formar las dos brigadas de cazas parece funcionar pues ha mejorado la coordinación con mis tropas de tierra, pero su numero sigue siendo demasiado bajo. Necesitamos más escuadrillas y las necesitamos cuanto antes posible.

—Veré que puedo hacer. Tal vez podamos ampliar esas fabricas a cuentas del presupuesto de la guerra, pero es un asunto más y ya van…

—Sí, esta guerra está consumiendo los recursos de todas las naciones de Europa como una hoguera.

—Exacto, no quiero ni imaginar qué pasaría con nosotros de no ser por todos los recursos que obtenemos de nuestros enemigos. Bien, las municiones y suministros ya las doy por sentadas. ¿Qué pasa con los automóviles y camiones?

—Con los camiones nada, simplemente necesitamos más. Con los automóviles queremos introducir algunas modificaciones en el automóvil de la Iberia, y por supuesto lo necesitamos en un numero mucho mayor.

—¿A qué se refiere?

—Su diseño actual permite llevar a dos hombres delante y tres detrás, pero la mayor parte de las veces no se emplea para transportar hombres sino materiales, tres hombres poco pueden hacer. Principalmente los empleamos para llevar municiones, el rancho de una compañía, ese tipo de cosas. En consonancia necesitamos suprimir o modificar la parte trasera para poder cargar al menos dos ollas de rancho de buena capacidad o una docena de cajas de municiones…

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