El contraataque IV

Palacio de los Reyes de Mallorca, Perpiñán, zona ocupada, 6 de diciembre de 1914

—¿Da Vuecencia su permiso?

—Pase, pase Maciá… un placer saludarle. Permítame que acabe con estos documentos y enseguida estoy con usted. Pero siéntese hombre… tal vez desee un refrigerio. ¡Cárdenas, sirva al coronel Maciá una bebida!

—Muchísimas gracias, General del Villar, pero permítame rehusar.

—Espero que no venga a visitarme con aire de negarse a todo lo que le proponga y entiéndalo bien, proponer que no ordenar. Antes de que me diga nada, sé de sus preocupaciones políticas. No las comparto, bien lo sabe conociendo mi trayectoria como Capitán General de Cataluña, pero no es el momento de discutir de política. Sé que usted está al mando de los batallones de voluntarios catalanes por la decisión de contentar a Prat de la Riba y a la Mancomunidad.

Le seré franco, al principio dude de la utilidad de estos batallones de volun-tarios, navarros, catalanes, aragoneses o valencianos, pero todo hay que decirlo, me han sorprendido. Especialmente usted y su campaña por el valle del Garona. Cuando desde Tolosa vieron que su brigada llegaba a los arrabales de la ciudad desde Carbonne, los defensores comprendieron que estaban aislados y declararon abierta la ciudad. Debo felicitarle.

—Gracias General. Pero no creo que me cite para felicitarme dos meses después.

—Pues ciertamente Maciá, no le he convocado para felicitarle o sí. Con fecha 12 de septiembre está reintegrado en el Ejército, con paga completa desde la fecha y desde el 1 de diciembre asciende a general de brigada. Estos son los documentos acreditativos. Mi más cordial enhorabuena, general Maciá.

—Gracias general del Villar.

—Y a lo que nos preocupa y nos ocupa. Como bien sabrá los italianos han tomado Tánger. Nuestros informes hablan de un incremento de la presencia italiana frente a Ceuta y Melilla. En las actuales circunstancias, no disponemos de unidades del Ejército Regular para reforzar las ciudades. El general Echagüe, ministro de Guerra y el general Ochando, comandante en jefe del frente francés, han pensado en los batallones de voluntarios que hice regresar a España tras la destrucción de Bacares.

—General, los voluntarios se alistaron para luchar contra Francia…

—Lo sé, lo sé. Suficiente disgusto fue para muchos de ellos tener que cruzar la frontera de vuelta a la patria para simplemente realizar instrucción y obras de fortificación. Pero no podemos sostener tal número de fuerzas, muchas de ellas ociosas en este lado de los Pirineos. Melilla es una posibilidad de acción. Quiero que reúna los batallones de voluntarios catalanes en una brigada, cuatro batallones de infantería, un grupo de Artillería, un batallón mixto de ingenieros y demás tropas auxiliares. Dispone de los batallones Sant Narcís, Verge de la Cinta, Mare de Déu de Núria, Sant Anastasi, Sant Isidre y Santa Tecla, escoja a los hombres de más edad o en peor forma física para las unidades de apoyo y de ser posible que los artilleros sean duchos en matemáticas.

—General del Villar, habla de artillería e ingenieros, los hombres se han instruido como infantería y esencialmente en tareas defensivas. ¿Qué artillería? ¿Qué ingenieros?

—Usted mismo. Reorganice los batallones a su entender. Como artillería dispondrá de doce cañones de 75 mm recién salidos de la Maestranza de Sevilla, la artillería reglamentaria de una brigada. Como material de ingenieros, hable con el coronel Santiesteban y el Capitán Fabra, encargados de las que podemos llamar adquisiciones y requisas, telegrafiaré a Melilla para saber con qué cuentan en sus depósitos, dispone de unos días, tal vez una semana, para reunir lo necesario. Materiales de construcción, herramientas, alambre de espino y todo aquello que crea que es adecuado para ayudarle en las tareas de fortificación. Debemos convertir Melilla en una fortaleza y esa tarea recae en usted y su brigada.

—Pero los hombres mi general, se negarán, querían combatir a Francia.

—Ya me lo ha dicho Maciá, no insista. Los voluntarios son hombres de orden, muchos de ellos miembros del Somatén. Se han alistado para combatir por España, por el Rey, por el aburrimiento en sus hogares, por la necesidad de aventura, por huir de una familia insoportable o por escapar a la acción de la Justicia, por deudas o por luchar contra el liberalismo y el laicismo… da igual. Los reuniremos y seremos francos con ellos. Si usted y yo, los dos extremos de la cuerda política de la Barcelona de los últimos años, se lo pedimos y les explicamos que en Melilla tarde o temprano verán acción, no solo no mostrarán desafección, mostrarán entusiasmo.

—A las órdenes de Vuecencia. O sus propuestas son órdenes, quiero decir.

—No sea sarcástico hombre. Los voluntarios navarros no han pronunciado ni una queja pese a que están empleados en tareas de desmontaje. De hecho, parecen trabajar como si no hubiera un mañana. Créame, sus hombres van a un lugar que será todo menos seguro. Embarcan en quince días en Málaga y Almería, siempre y cuando la navegación sea segura. Los primeros trenes hacia Andalucía pueden partir en diez o doce días… lo sé, navidades en África, tal vez no sean las únicas. Los alemanes están empantanados en Flandes y en Polonia, los austriacos no avanzan en Serbia, si bien han podido socorrer a Przemsyl, pero a qué precio y los franceses de enfrente acumulan hombres y materiales. De unos días de permiso a sus hombres si es menester antes de partir.

—Mi general, preferiría seguir con mis hombres en Tolosa, en lugar de en África. Tal vez allí no pase nada y en marzo, mes de Marte, aquí empezará el baile…

—¡General, general, un cable de Madrid sin cifra!

—Venga hombre, que dice… solo pueden ser malas o peores noticias

—Solo esto; “se combate en Luzón.”

—En fin, Maciá, “ανερριφθω κυβος”, que los dados vuelen alto. Reúna a sus hombres. Nos vemos en Gerona en 48 horas. Aproveche el tiempo, y mírelo de otro modo, si al final los italianos no nos declaran la guerra, sus hombres habrán evitado las privaciones del frente, estarán descansados y regresarán a Francia para el siguiente acto sea cual sea.

—A la orden de vuecencia mi general.

Salón de los pasos perdidos, Congreso de los Diputados, Madrid, 6 de diciembre de 1914

—Don Antonio, Don Antonio, la edición de hoy de los periódicos y de la Gaceta de Madrid. ABC trae noticias de Cádiz y Cartagena, es increíble.

—Déjeme ver Azcárraga, déjeme ver. ¡Veamos que cuenta el ABC!

—Ya ve querido Marcelo, el Consejo de Nacional de Defensa pide serenidad. Lo tenemos, Marcelo, podemos hacer caer a Dato. El Rey deberá convocarme a Palacio y por supuesto, aceptaré con humildad la Presidencia del Consejo.

—Perdone Don Antonio, pero lea, lea; no se quede en los titulares.

“Durante el día de ayer…bla, bla, bla…. la flota británica consiguió hundir el crucero acorazado Infanta Teresa, con gran mortandad, sufriendo los acorazados Andrea Doria y Aragón; así como el crucero acorazado Vizcaya, daños de diversa consideración. El ministro de armamento, almirante Don Joaquín Bustamante, marino insigne y héroe de la patria se dirige hacia la capital gaditana para coordinar los trabajos de recuperación de los navíos dañados. La ciudad, el arsenal y los astilleros no sufrieron daños, gracias a la pericia de los artilleros, que lograron no solo poner en fuga a la escuadra británica, sino que también lograron hundir un navío de línea y alcanzar en repetidas ocasiones al que todo parece indicar como un crucero de batalla de la clase Invencible.”

—Bueno Marcelo, simplemente edulcoran la gravedad de los hechos.

—Pero fíjese Don Antonio, no niegan ni el ataque, ni los daños. La gente de Cádiz podrá asegurar que es cierto, que las instalaciones y la ciudad no fueron alcanzadas, pero siga, siga….

“Al mismo tiempo que en Cádiz se producían los combates entre la artillería y la flota británica, una escuadra conjunta franco-británica, atacaba Cartagena, viéndose obligada a retirarse ante la inexpugnabilidad de la Base. Al igual que en Cádiz, los defensores infligieron un severo castigo a los enemigos de la Patria, la Razón y la Fe, logrando hundir frente a nuestras costas levantinas un acorazado francés. Según testigos los restos del buque francés son visibles desde la Costa.”

—Ejem, ejem

“En sucesivas ediciones, ampliaremos la información. Agradecemos a los Ministerios de Guerra, de Marina y Gobernación todas las facilidades dadas a nuestros corresponsales para la elaboración de la noticia.”

—Lo ve Don Antonio, lo pregonan a los cuatro vientos, nada de secretismos…

—No se preocupe Azcárraga, no se preocupe. Miranda y Godoy es íntimo del Rey. Veamos, la escuadra estaba mal comandada y ello es culpa, en última instancia, del palafrenero de Alfonso nombrado por Dato por inspiración real, por supuesto, pero que no se opuso. Ese será nuestro argumento en el Hemiciclo. No habrá ceses, dirán que la Royal Navy es superior y todas esas sandeces a la que nos tienen acostumbrados ustedes los militares.

—Don Antonio, lamento desilusionarle, haga cuentas, hemos perdido un crucero acorazado de veintidós años y hemos hundido al menos dos buques más modernos. Podrá decir que hemos sufrido daños en otros tres buques, pero los daños enemigos son incluso superiores, sobre todo en Cartagena, donde dos acorazados enemigos se tuvieron que retirar con daños extremadamente graves. La batalla ha sido a todos los efectos, una victoria.

Astillero Real de Cádiz, 6 de diciembre de 1914

El olor del aire aún estaba impregnado de humo y el ambiente alrededor del astillero era de derrota. Antonio Carraca veía la segunda grada ligera que se encontraba vacía pues sus obreros se afanaban en tareas relacionadas con el rescate de los barcos españoles embarrancados.

Al frente, podía ver las enormes moles de acero embarrancadas de los acorazados españoles, y un poco más allá el cuerpo destrozado del crucero acorazado Vizcaya. Del desgraciado segundo crucero acorazado no quedaba a la vista más que trozos de su cubierta y sus cañones apuntando tristemente en ángulo de disparo, mientras los trabajadores trataban de rescatar todo aquello que pudiera ser útil.

Carraca se sentía frustrado por no poder hacer nada para ayudar. Él solo era un ingeniero de estructuras, no podía diseñar armas ni estaba capacitado para dispararlas. Su contribución a la guerra era la ejecución de las gradas de submarinos y ahora estaba todo detenido hasta poder rescatar con urgencia lo posible del desastre del puerto.

Pensaba que su tarea en Cádiz estaba acabada, el trabajo en la grada detenido. ¿Qué demonios se suponía que él pudiera hacer? Si al menos fuera médico podría ayudar a los heridos. ¿Qué podía hacer un simple ingeniero? ¡Maldita guerra! Que tristeza de vista. El pobre Andrea Doria, allí, varado inclinado sobre un costado como un cetáceo herido, las planchas mostrando agujeros, abolladuras…

—¿Señor Carraca?

—Sí… disculpe, no le he oído llegar. ¿Puedo ayudarle en algo?

Un joven alférez de fragata, aunque él solo era capaz de identificarlo como un oficial de marina, se encontraba frente a él con un sobre en la mano. —Señor Carraca, tengo orden de entregarle este mensaje y pedirle que confirme su respuesta tras leerlo.

—Vaya, ¿de quién? Déjeme que lo lea. —El mensaje era un cablegrama de Madrid, enviado por la oficina del ministro de Armamento. Se le citaba a una reunión personal con el ministro y nuevo jefe de la base naval de Cádiz mañana, al medio día.

—Pero… y ¿por qué iba a querer el ministro hablar conmigo?

El alférez se encogió de hombros y espero mirando a Carraca que parecía confundido con todo aquello. —Considero entonces que su respuesta es afirmativa, ¿señor?

—Sí, por supuesto. Será un honor. —Con un movimiento de cabeza el alférez volvió sobre sus pasos dejando a Carraca a solas frente al puerto y pensando.

Curioso que le requirieran del Ministerio. ¿Para qué? Que extraño. No pasaron ni cinco minutos antes de que Carraca dejara de pensar en elucubraciones y se centrara en hechos y cálculos. Miraba fijamente al Andrea Doria mientras su cabeza funcionaba a toda máquina. Pronto estaba haciendo anotaciones en su cuadernillo.

Sevilla

El Tte. coronel de artillería Mellado fue comisionado por el ministerio de la Guerra con el fin de encontrar una forma de reforzar las defensas de las ciudades de Ceuta y Melilla. Esto le obligó a viajar a los pirineos, donde pudo ver de primera mano las labores de fortificación que se estaban llevando a cabo para reforzar la línea Arolas. Acabado el viaje y con una ligera idea de cuáles serían las necesidades, pudo regresar a Madrid, antes de empezar a buscar los materiales que precisaba. El problema era que las defensas de los pirineos tenían la máxima prioridad y consumían demasiados recursos, por lo que se vio obligado a buscar materiales de construcción acudiendo a varios constructores privados en lugar de a los fabricantes. 

Buscar la artillería necesaria para defender esas posiciones aun fue más complicado. La mayoría de los cañones que pudo encontrar fueron piezas de finales del siglo anterior. Cañones de montaña Plasencia y piezas similares, almacenadas en maestranzas y acuartelamientos. Fue un golpe de suerte el encontrar los veinte obuses Ordoñez de 240mm modelo 1903. Estas piezas proyectadas por el coronel Ordoñez en 1896, fueron construidas en 1903 para defender las costas nacionales. Desgraciadamente para ellas su construcción coincidió con la renuncia a las armas de tiro curvo para la defensa de costas. Por ello acabaron almacenadas en la Maestranza de Sevilla, mientras otros muchos obuses de costa eran retirados de sus emplazamientos y transferidos a las fortificaciones de los pirineos.

Ahora gracias a ellos podía enviar diez unidades a cada una de las ciudades acompañándolas con viejos cañones recuperados de la última guerra; dos Krupp de 150mm, dos de 120mm, dos de 87mm, cuatro Armstrong de 150mm y cuatro más de 120mm, todos ellos de origen naval para los que tendría que construir emplazamientos fijos. A estos sumaría los dieciséis obuses Mata de 90mm, piezas anticuadas pero aún útiles y letales.

Con todo, aquella artillería se le hacía escasa. Sabía que la armada había cedido años atrás muchos cañones para artillar las defensas de los pirineos y le constaba de la existencia de cañones de dicho modelo en calibres inferiores. Era hora de solicitar su traslado al ejército. A finales de mes había logrado el traspaso de treinta y seis cañones Hontoria de 120mm y cuarenta y cuatro de 90mm. Ahora necesitaba construir posiciones fijas fortificadas para ellos.

Acorazado Suwo, ex Pobeda ruso reflotado y reparado tras la guerra ruso-japonesa

Guahán

Tras los duros combates del día 4 de diciembre, el general Otero esperaba nuevas acciones en días siguientes, sin embargo, el día 5 el mar apareció limpio y sin un solo buque japonés a la vista. Desgraciadamente el comandante español desconocía si la desaparición de la escuadra japonesa se debía a haber desistido por la resistencia española o por la necesidad de proteger la escuadra de la fuerte tormenta que se desató durante la noche. La respuesta llegaría al anochecer, cuando recibió un mensaje codificado desde Saipán. La escuadra enemiga se había resguardado en la bahía de San Vicente, en dicha isla.

Otero desconocía se volverían cuando amainase el temporal, así que se dispuso a aprovechar el tiempo. Durante los combates anteriores habían identificado varios problemas en sus defensas, así que se dispuso a solventarlos mientras hubiese tiempo. Para empezar debían mejorar el sistema de aprovisionamiento de las baterías de costa y, para ello, tendrían que crear trincheras o incluso túneles para llevar las municiones hasta ellos. De esa forma esperaba evitar los peores efectos de los bombardeos navales y mantener sus fuerzas operativas el mayor tiempo posible, solo así podría alargar la resistencia hasta que pudiesen recibir ayuda de España. Una ayuda que cada día parecía más lejana.

Saipán

Las ramas se agitaban por el viento produciendo ruidos que ponían nerviosos a los guerrilleros españoles, ocultos y en constante alerta desde el desembarco japonés de días atrás. Al menos la lluvia había cesado horas antes, aunque los negros nubarrones del cielo seguían amenazando con descargar su furia sobre la isla una vez más.

Cerca de San Vicente, el capitán Virgilio Jiménez observaba la poderosa escuadra japonesa desde un cerro cercano. Sus órdenes eran esperar a que la guarnición japonesa se sintiese cómoda y solo entonces desatar en infierno en la isla, utilizando para ello tácticas de guerrilla. De momento no había ningún problema, las fuerzas japonesas enviaban patrullas a reconocer la isla, pero las habían esquivado sin problemas. Así que, con algo de suerte, pensarían que su guarnición había sido evacuada a Guahán o las Filipinas.

Ahora en cambio una poderosa escuadra japonesa había fondeado en la isla, y sus numerosos buques militares constituían una presa más que apetecible. Si al menos pudiesen poner en servicio el torpedo humano que tenían oculto en la costa sur de la isla. Este era una evolución del artefacto diseñado por Antonio Sanjurjo Badia años atrás en Vigo, en esta ocasión modificado con un motor eléctrico que le daba dos horas de autonomía, las suficientes para colocar las dos minas marinas que podía llevar a poca distancia.

Por desgracia para él, el artefacto estaba siendo montado en esos instantes y debido a las precauciones a las que los obligaba el secretismo, el proceso llevaría días. Dudaba que la escuadra japonesa siguiera en la isla cuando lo tuviesen listo, por lo que habría que esperar otra oportunidad. ¡Lastima!

Madrid

—¡General! El señor Torres Quevedo espera en la puerta. —dijo el capitán Echegaray.

—Por favor, capitán, haga que pase. —respondió el general Echagüe, quien se levantó para dar la bienvenida a su ilustre visita. Poco después y mientras tomaban una taza de café, el ingeniero Leonardo Torres Quevedo pasaba a explicarle el motivo de su visita.

—Señor ministro. Hace ya once años patente y años después presente frente a su majestad el Telekino. Un medio de controlar objetos por ondas hertzianas. 

—Sí, conozco su proyecto Don Leonardo, me pareció algo increíble.

—Gracias, señor ministro. Bien, no sé si sabrá que gracias a la demostración logré financiación para investigar la forma de guiar proyectiles y torpedos por parte del ministerio de Marina.

—Sí, algo sé, se emplearon algunos de sus inventos en el ataque a Gibraltar. Don Matías Balsera Rodríguez también intentó algo similar, también sin éxito.

—Exacto, señor ministro. Vera, al investigar sobre la guía de proyectiles y torpedos nos encontramos con un obstáculo insalvable. Los torpedos y los proyectiles de artillería no podían guiarse por el simple hecho de que el guía no podía verlos, bien por ser demasiado rápidos bien por ir bajo el agua, por eso nos tuvimos que conformar con los brulotes.

—Entiendo, no se puede guiar lo que no se puede ver, siga, por favor.

—Mi propuesta es muy simple, creo que podemos guiar las bombas de aviación. —la idea de guiar bombas de aviación, le atrajo desde que la escuchó. Pese a las noticias que publicaba la prensa, él sabía que la mayor parte de las bombas lanzadas en Saint Étienne habían caído lejos del objetivo. De hecho, tan solo se habían registrado como mucho, cuatro aciertos, pese al lanzamiento de más de cincuenta artefactos y en Angulema había sido incluso peor. Si pudiesen garantizar los aciertos la guerra daría un salto de gigante y sería España quien lideraría ese campo.

—Su propuesta parece muy interesante, Don Leonardo, dígame entonces. ¿Qué precisaría para dicho proyecto? Y tan importante como lo anterior, ¿precisaría o vería conveniente colaborar con el señor Balsera?

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