Hispania memento V

Posiciones españolas cerca de Sigean, en la desembocadura del canal de Midi

Una vez más la artillería francesa martilleaba inmisericordemente las posiciones españolas que se divisaban al otro lado del canal de Midi. Cerca de doscientas piezas de artillería de todos los calibres, lanzaban un vendaval de fuego que preludiaba una próxima ofensiva, sobre unas posiciones que presumían guarnecidas.

Al otro lado del canal el grueso de las fuerzas españolas permanecía a salvo en la segunda línea de trincheras, muy a retaguardia de la zona batida por la artillería enemiga. Una línea mucho menos elaborada que la primera línea para ocultarla a los reconocimientos aéreos y engañar al enemigo, pero que en realidad era la única habitada. Tan solo cuando el bombardeo de la primera línea hubiese cesado, los soldados se acercarían a ella para reconstruir sus instalaciones y dar la sensación de estar ocupándola. Por supuesto esta actividad de engaño llevaba aparejada una inactividad casi total de la artillería española, que se limitaba a disparar algunas salvas una o dos veces al día para constatar que aún seguían allí.

Ahora las tropas españolas se limitaban a esperar, contentas de saber que cada día que pasaba ganaban un precioso tiempo para España. A retaguardia se estaba empezando a cosechar algunas verduras de temporada que habían sembrado para ayudar en la alimentación del ejército, mientras los campesinos de la zona habían tenido que priorizar el cultivo de granos y verduras que también esperaban aprovechar, al menos en parte. En unos meses, después del verano, sería la temporada de la manzana y la uva. Si llegaban a ella podrían hacerse con un buen botín. Mientras tanto los soldados recurrieron a desguazar todo metal que encontraron en la región, desde arados al hierro de las rejas de las viviendas, que vendieron a chatarreros procedentes de las fundiciones españolas, para ganar unas pesetas adicionales.

Aeródromo de Toulouse

Por tercera vez en las últimas dos semanas uno de los aviones acababa de capotar al tocar tierra de regreso de su misión de control aéreo. Por fortuna esta vez el piloto había salido bien parado con tan solo algunas contusiones, nada parecido a las graves heridas que recibiese le sargento Lucrecio Rivas ocho días atrás. En algunos sentidos los accidentes al tomar tierra estaban resultando más graves que las bajas en combates aéreos.

Caricatura de un accidente aéreo

Si el mando español quería mantener la superioridad aérea debía encontrar la forma de evitar los frecuentes accidentes al tomar tierra, por este motivo se ordenó al capitán Maluenda que buscase una solución. Mientras tanto escribió al Ministerio de Armamento para informar de los problemas a los que se enfrentaban. Perder aviones y pilotos en desgraciados accidentes al tomar tierra, era inadmisible.

Puesto de mando francés en Albi

El general Gallieni observaba con preocupación los informes recibidos de manos del reconocimiento aéreo en las últimas fechas. Las fotografías que tenía en sus manos corroboraban los informes que hablaban del desmantelamiento de las vías férreas en todo el sur de Francia. Aquello sin duda dificultaría mucho la ofensiva pues impediría un adecuado abastecimiento de las fuerzas atacantes. Con todo en esa dificultad logística también radicaba su oportunidad, pues sin duda las fuerzas enemigas no podrían enviar suministros para una batalla prolongada y dependerían totalmente de las reservas que ya tuviesen. Aunque, a decir verdad, eso ya debía haber sido previsto por el mando enemigo que posiblemente dispondría de grandes depósitos cerca del frente.

Desgraciadamente parecía que las fuerzas ANZAC que el mando británico había prometido no llegarían a tiempo, pues se habían estancado en su ofensiva en los Dardanelos. Esto le obligaría a posponer la ofensiva unas semanas mientras preparaba nuevas fuerzas para sustituirlas. Al menos hasta que llegasen un par de las nuevas divisiones del nuevo ejército inglés, el llamado por algunos, ejército de Kitchener. 

Cuando llegasen, quería creer que las fuerzas de la Entente pasarían al ataque. Los británicos y el cuerpo de ejército japonés en la zona de Burdeos, para atacar en dirección a la región industrial vasca. Esto debería movilizar las defensas españolas hacia ese punto. Sería entonces cuando las fuerzas francesas bajo su mando atacarían en dirección a Cataluña. Esperaba que funcionase. Sabía que los españoles también se estaban reforzando continuamente y se hablaba de la próxima llegada al frente francés de un buen número de divisiones estacionadas en la frontera con Portugal. En cierto sentido era una carrera contra el tiempo.

Lobios, provincia de Orense, 6 de junio de 1915

El Tte. Troncoso llevaba en aquel perdido concejo gallego desde dos meses atrás, cuando su división ascendió del tipo C al B. Aquello significaba que habían dejado atrás sus viejos Remington 73 monotiro, para recibir modernos fusiles Krag Jorgensen. Sin duda era una mejora, aunque para él era haber cambiado un suplicio por otro. Habían dejado atrás la costa valenciana, donde no había un alma a la vista, el pueblo más cercano estaba a siete kilómetros en línea recta que alcanzaban los diez al ir por aquellos caminos dejados de la mano de Dios. Y más valía que uno no dejase los caminos e intentase entrar en los campos, que aquellos lugareños tenían armas y el gatillo fácil, aunque siempre sospecho que nunca tiraban a dar y se contentaban con “espantar” a quienes entraban en sus propiedades utilizando cartuchos de sal. Al menos esperaba que fuese así, pues también había conocido a un masovero del que decían las malas lenguas, que había apiolado a un a un roba-gallinas o puede que a un anarquista que rondaba su mas, enterrándolo en algún lugar de aquellos campos.

De todas formas ahora estaba aquí, en otro lugar perdido de la mano de Dios, en un clima muy distinto al valenciano, rodeado de inmensos robledales y alcornocales, en una zona húmeda y fresca incluso en verano. La única ventaja que le veía a la zona era que la población local estaba mucho más dispersa que en Valencia, donde se concentraba en núcleos de población de cierto tamaño, herencia de su pasado berberisco. Aquí en cambio se multiplicaban las aldeas de pequeño tamaño, a veces tan cerca una de la de al lado que bastaba con cruzar una calle o tomar un recodo en aquellos caminos de montaña para entrar en la siguiente, donde, con algo de suerte, en una u otra habría una pequeña tienda de ultramarinos que servía a la vez de bar, correos, puesto de teléfono o cualquier otro servicio que pudiese prestar.

De todas formas él nunca había tenido problemas para hacer amistades. En Cap i Corp se había hecho amigo de unos masoveros de una senia cerca del límite entre Alcalá y Torreblanca, donde el dueño, Rafael, a quien apodaban “canterer”, solía ofrecerle vino y comida a cambio de un poco de ayuda en sus cultivos por parte de sus hombres. Aquí en cambio se había hecho amigo de un agricultor cuya posesión más preciada era una pequeña cueva que le servía de bodega a unos cien metros de su aldea. Recordaba el día en el que llegó al pueblo e instaló a sus hombres en diferentes graneros de la zona. Esa misma mañana salió a reconocer los alrededores y nada más abandonar la aldea se encontró en un recodo de un camino empedrado, posiblemente de origen medieval o romano, dos carros de bueyes y tres acémilas esperando, allí parados.

Cuando se acercó con la natural prevención, una voz a su izquierda lo llamó, invitándolo a pasar al otro lado del ribazo que daba paso a la montaña. Lo hizo cruzando entre unas rocas para descubrir a un grupo de paisanos sentados bajo el robledal en bancos de madera, alrededor una mesa también de madera, todos toscamente labrados, seguramente producto de aquellos mismos árboles. Uno de ellos al que llamaban Pepe, le invitó a compartir la mesa, cubierta de buen pernil y chorizo, y una jarra de vino, todos caseros. Cuando accedió, Pepe lo guio al interior de una cueva que tenía allí al lado, en la que con una manguera que luego supo estaba conectada a una fuente local, enjuagó una taza en la que le sirvió un buen quinto de vino de sus propias barricas.

A partir de entonces se hizo asiduo a las visitas a Pepe, quien siempre encontraba un momento para descansar bajo aquellos robles a media mañana, siempre en compañía del primer vecino que pasaba por aquel camino… y a veces del segundo, del tercero y del cuarto si era necesario, que alguna vez se creaban unos atascos en el camino que ni en medio de Barcelona o Madrid. Por supuesto el mismo contribuía a los almuerzos, las más de las veces trayendo anchoas, pan y queso o algunos licores, aunque aquí eran más de tomar un “aguardente de hervas” que tiraba de espalda.

En fin, se acercaban al primer año de guerra y él solo había visto enemigos en los periódicos. Ahora mismo estaba allí, en la Galicia profunda, aquella en la que mucha gente no sabía hablar en castellano. La misión de su unidad era mantener una presencia en la frontera que sirviese para asegurarse de que Portugal no tomase una decisión que los condujese a la guerra. Si tal cosa ocurría, la columna de la que formaba parte junto a otras dos columnas, debían entrar en Portugal a través de la sierra de Jures para avanzar hacia Viana do Castelo siguiendo el río Limia. Esperaban que aquella maniobra junto al ataque de otras dos columnas a través del río Miño, sirviesen para capturar el norte de Portugal. Mientras otras divisiones marchaban hacia Lisboa.

Mientras tanto, seguía instruyendo a sus hombres. Organizaba ejercicios de tiro o hacía que aprendiesen técnicas de caza o de vida en el bosque de parte de aquellos mismos lugareños. También realizaba marchas por aquellas montañas que servían para alejar a los lobos que podían amenazar los rebaños de las aldeas. El propio hijo de Pepe, un chiquillo de doce años solía cuidar un rebaño de más de quinientas cabezas, propiedad de veinte dueños distintos, pues en eso las aldeas funcionaban como pequeñas comunas en las que se ayudaban unos a otros, y si hoy cuidaba las ovejas Joselillo, mañana lo haría Ceferino y el año siguiente, cuando estos fuesen bastante mayores para trabajar doblando el espinazo, las cuidaría Leandro, Donato o Felipe.

Aparte de lo anterior, su único deber era prepararse para invadir Portugal si era necesario, así que se limitaba a estudiar los mapas, inspeccionar la ruta que deberían recorrer llegado el caso y analizar las amenazas. Se decía que los británicos tenían un barco espía en Viana do Castelo, el objetivo de su brigada en caso de guerra con Portugal. Viendo su oportunidad de ver un poco de acción, escribió al mando de su división una propuesta para asaltar aquel barco y apoderarse de él o inutilizarlo.

Agen, Francia, Zona ocupada, 7 de junio de 1915

—¡Recoged todo, nos vamos mañana! No os dejéis nada y dejad todo ordenado. En cuanto llegue nuestro relevo nos vamos hacia España. —decía el sargento Prieto mientras caminaba por las trincheras animando a sus hombres. —Lolo, no olvides tus útiles de aseo, que sé bien que les tienes poco apreció. —indicó desatando las risas de los demás.

—Mi sargento ¿Nos darán un permiso? —preguntó el soldado David cuando Prieto llegó hasta él.

—Esa es la idea, un mes de permiso en casa y uno de instrucción en Zaragoza antes de regresar al frente.

—Pues ya era hora ¡Maldita sea! Que llevamos aquí casi nueve meses ¡Joder! El primer y el segundo cuerpo bien que realizaron ya su rotación de vacaciones. —graznó una voz cerca de allí.

—¡Baltasar, cuida esa lengua! —exclamó el sargento Prieto. —Nos toca ahora y punto, no quiero nada de quejas.

—¿Ni siquiera por lo que nos tocará andar, mi sargento? Que hemos dado más vueltas que una peonza. Desde Cataluña a Auch para a continuación seguir hasta Muret y Tolosa, luego a Tarbes para ocupar el territorio que habíamos dejado atrás, y al final otra vez hasta aquí. ¡Que debemos llevar como quinientos kilómetros!

—Y ahora regresaras a pie hasta San Sebastián, Luis, y cuando tengamos que regresar, andaremos hasta donde sea menester. —respondió el sargento Prieto, que libraba una lucha constante para mantener la moral de sus hombres. —Pensad una cosa, en una semana estaréis en casa. ¡Disfrutadlo!

Hacienda Durant, cerca de Fria, Guinea Ecuatorial, 7 de junio de 1915

Una compañía de tropas senegalesas revisaba los alrededores de la hacienda mientras los oficiales conversaban con la señora Catherine, quien regentaba la plantación desde la marcha de su esposo a la capital con el fin de alistarse en las milicias levantadas en la colonia. La razón del despliegue de tropas era que la hacienda había sido asaltada días atrás por hombres armados, cosa que no descubrieron hasta que enviaron un equipo a restablecer el telégrafo, posiblemente cortado por aquellos mismos hombres.

—¿Está segura de que estas eran las armas que llevaban? —preguntó el teniente Philip, enseñando unas fotografías, a lo que Catherine respondió afirmativamente.

—Fusiles máuser, entonces un grupo de una docena de españoles asaltaron su hacienda, incluyendo la casa. De la casa se llevaron trajes de su esposo, alimentos, medicinas y vendas, y de las cuadras caballos, mulas. ¿Es correcto?

—Así es, teniente, también cogieron algo de dinero y objetos de valor.

—Bien, si se marcharon hacia el norte posiblemente quieran dirigirse al Sahara español para regresar a su patria, pero ¿De donde han salido esos españoles?

—Creo que deben proceder del crucero que los ingleses hundieron hace un tiempo. ¿Recuerdas? —intervino el teniente Alfonse. —Se logró capturar a un buen numero de supervivientes en el mar, pero dos botes fueron hallados en la costa. En uno se capturó una veintena de supervivientes, pero el otro estaba vacío. El gobernador pensó que había llegado así, pero…

—Sí, pero… Tenemos que salir a perseguir a los españoles. Habrá que telegrafiar a Dakar para evitar que lleguen al Sahara…

—Sobre eso, no creo que se dirijan al Sahara. —corto el teniente Alfonse para continuar de inmediato. —Dejaron pistas demasiado evidentes de querer dirigirse al norte, así que creo que se dirigirán al sur, lo que además, les evitara tener que enfrentarse a un desierto que probablemente desconozcan y en el que les será casi imposible sobrevivir.

—¿Al sur, a la Guinea Ecuatorial española o el Kameroon alemán? El desierto es mortal, pero Villa Cisneros esta ¿A cuánto? A unos mil quinientos kilómetros de aquí? El Kameroon está a dos mil seiscientos y si quieren dirigirse a Batá, en su colonia, debe haber más de tres mil kilómetros…

—Yo pensaba más bien en Liberia. Apenas habrá unos quinientos kilómetros en línea recta. Se han llevado ropa civil y dinero. No debería costarles llegar a Liberia, quitarse sus uniformes para vestirse con las ropas que han robado, y una vez en Monrovia comprar un pasaje en cualquier buque que se dirija a Cabo Verde, Brasil o los propios Estados Unidos.

—¡Maldita sea! Es cierto. Hay que telegrafiar de inmediato a los británicos, que impidan que pasen la frontera.     

Batalla del Pansipit, Luzón, Filipinas, 7 de junio de 1915

La infantería japonesa surgió de la neblina provocada por el estallido de los proyectiles tan pronto se acallaron los cañones que habían estado bombar-deando las posiciones de la brigada alemana. Miles de soldados llegaron al río cargando pequeños botes de madera y piraguas a sus hombros, arrojándolos al río para iniciar el cruce bajo el fuego alemán que provoco las primeras bajas entre los atacantes. Pronto se les unirían las ametralladoras que vaciaron botes enteros al disparar sobre ellos. Sin embargo, el número de atacantes era demasiado numeroso y pronto los primeros soldados llegaron a la orilla norte, donde muchos cayeron heridos en las alambradas y estacadas que la protegían. Los supervivientes se afianzaron en la orilla y con sus disparos protegieron el avance del resto de sus compañeros, que cada vez en mayor número llegaban a la orilla.

Junto a la infantería llegaron los ingenieros cargados con sus propios botes de tamaño sustancialmente mayor. Inmediatamente los lanzaron al agua y empezaron a maniobrar para colocarlos en posición a través del río, utilizando gruesas maromas para fijarlos desde la costa. Mientras tanto otros hombres habían llegado cargando gruesos travesaños de madera que utilizaron para unir los botes con la costa y entre sí. Solo cuando los primeros botes estuvieron unidos llegaron los equipos de construcción cargando pesadas pasarelas de madera compuestas por más travesaños sobre los que se había construido una plataforma de madera que sería el suelo del puente. Unos minutos después de que los primeros soldados llegasen a la orilla norte, los primeros botes empezaron a formar lo que serían los primeros tramos de los puentes.

Media hora después en las posiciones alemanas el capitán de navío y coman-dante de la brigada alemana Alfred Mayer-Waldeck, observaba como los botes traían más y más soldados a cada minuto que pasaba, creando una poderosa cabeza de puente en este lado del río. Aún peor tras ellos los puentes de pontones estaban tomando forma con rapidez, y sin duda pronto estarían acabados. Cuando lo estuviesen sin duda la defensa sería imposible y sus líneas serían superadas. —¡Klaus! —llamó a su oficial de comunicaciones. —¿Ha habido respuesta del mando español?

—Si mi coronel. —respondió Klaus dando el tratamiento correspondiente al ejército, pues el mando español había decidido asimilarlo a tal rango para evitar problemas de comunicación. —El Tte. Gral. Aznar ha enviado un regimiento de caballería y una batería de artillería para reforzarnos, pero no llegaran hasta dentro de una hora.

—Gracias Klaus. —dijo Alfred. Eso no era bueno, la artillería japonesa había enmudecido a excepción de un par de cruceros protegidos que bombardeaban sus posiciones desde la costa, pero aun así la única batería que poseía no era capaz de igualar a la poderosa artillería que le atacaba. Su única esperanza consistía en derrotar a la infantería y para ello precisaría aislarla de sus refuerzos al otro lado del río, y debía hacerlo ahora que sus líneas aún se mantenían en pie, por lo que sin dudarlo ordenó. —¡Klaus! ¡Ordene al Feldwebel Steiner que proceda a volar el represamiento del río! 

El combate prosiguió con dureza, mientras el número de japoneses fue creciendo conforme llegaban a la orilla nuevas unidades. Por supuesto la llegada de la caballería española, cuyos hombres desmontaron rápidamente y acudieron a las trincheras para reforzar a sus hombres supuso un gran alivio, pero no paso mucho tiempo antes de que los puentes de pontones estuviesen acabados, momento en el que los japoneses empezaron a cruzar el río en masa. Solo la llegada de la crecida del río treinta minutos después les salvaría del desastre.

Una gran ola llegó arrastrando maderas y cuerpos flotantes, los puentes de pontones vieron como al elevarse el nivel del agua aumentaba la tensión sobre las maromas que acabaron por romperse fraccionando los puentes que fueron arrastrados hacia el mar, girando descontrolados. Los maderos que llegaban con la crecida chocaron con los botes que en esos momentos había sobre el río y causaron el vuelco de muchos de ellos. Los soldados japoneses que caían al agua se veían empujados por las aguas turbulentas y llenas de restos que les causaban heridas e impedían nadar con facilidad, resultando en el ahogamiento de muchos de ellos.

Cuando paso la crecida la cabeza de puente japonesa había quedado aislada, los botes restantes no eran suficientes para evacuarlos o para enviarles más refuerzos y suministros. Objetivo de las ametralladoras y cañones hispano-alemanes los japoneses cayeron a docenas mientras los supervivientes cavaban pozos de tirador en la tierra humedecida con sus bayonetas y se protegían como podían utilizando cualquier cosa que encontrasen, incluso los cuerpos de sus camaradas caídos. Por fin al caer la noche los supervivientes se arrojaron al río para cruzarlo protegidos por la oscuridad.

Las bajas japonesas ascendían a 9.000 hombres, incluyendo 3.000 muertos. La alta tasa de muertos se explicaba por la carencia de atención medica de los heridos en la orilla norte del río, muchos de los cuales fueron dejados atrás para cubrir la retirada la noche, luchando hasta el último hombre sin rendirse. Las bajas hispano-alemanas habían sido de cerca de 2.700 hombres, incluyendo 1.000 bajas mortales, pero la orilla norte seguía en manos españolas.

Los bombardeos se reanudaron poco después.

Portsmouth

El submarino británico HMS H1 entraba en el puerto tras una breve patrulla de menos de un mes por las costas cantábricas. Solo un mes había pasado desde que fuera comisionado el moderno submarino y ya regresaba con daños leves de su primera patrulla. A bordo el Tte. de navío Luther observaba los edificios del puerto mientras dejaba la tarea de guiar al submarino al practico, que minutos antes había abordado el buque. Eso le dejaba tiempo para pensar cómo explicaría sus observaciones durante la patrulla, cierto era que ya tenía el informe escrito, pero sin duda el almirantazgo querría saber cuáles habían sido sus impresiones.

Días atrás durante la patrulla que le había llevado a las cercanías del puerto de Bilbao donde había podido contemplar como los españoles minaban las aguas del cantábrico, había sido localizado por un dirigible español. Parecía que tras retirar sus dirigibles del frente francés, los españoles utilizaban de forma similar al de los propios británicos, confirmando así un hecho que ya había sido observado con anterioridad por otros submarinos de la Entente en España. La diferencia era que en esta ocasión el dirigible no se había limitado a informar a unidades de patrulla del hecho, sino que se había colocado en la vertical del sumergible para lanzarle varias bombas que, afortunadamente, explotaron lejos. El resto era historia, una inmersión de emergencia que provocó daños en el periscopio y evadirse de la zona a la que poco después llegaron los cazasubmarinos españoles. Tres de ellos nada menos.

En su fuero interno se preguntaba si esa forma de actuar con agrupaciones de tres cazasubmarinos sería estándar en la armada española, pues ya había leído algún informe francés sobre actuaciones similares en el Mediterráneo, si era así sin duda supondrían un gran peligro.

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