Llega la tormenta III

Madrid, 5 de enero de 1915

En el Ministerio de Estado, recibían por segunda vez la visita del conde Lelio de Bonin Longare, embajador de Italia en menos de una semana. El ministro, Salvador Bermúdez de Castro y O’Lawlor, le hizo pasar, no a su despacho. Le atendió de pie en uno de los salones del Palacio. —Usted dirá Excelencia. Dispongo de poco tiempo para atenderle. Mi familia me espera para celebrar la Víspera de la Epifanía.

—Señor Bermúdez de Castro, antes de nada, sepa que deseo protestar formalmente sobre el trato que me ha sido dispensado por sus subordinados. Mi Gobierno será informado de esta falta de respeto hacia el enviado de Su Majestad.

—Conde Bonin, mis preocupaciones no son precisamente el trato que su persona haya podido recibir. Puede informar a su Gobierno de lo que Su Excelencia considere oportuno. Su tiempo se agota.

—No perdamos pues el tiempo. Desde el pasado 3 de enero no tenemos noticias del regio navío Calliope. Un torpedero que partiendo desde Tánger se dirigía hacia Nador, vía la que ustedes llaman Mar Chica. Creemos que puede haber sido víctima de uno de sus campos minados, ya que se esperaba a aquél una vez anochecido y posiblemente entrara en alguna de las zonas de exclusión.

—Excelencia, este ministerio no tiene noticias de ninguna embarcación como la descrita o de posibles supervivientes si se tratara de un naufragio. De todos modos, comunicaré con el Ministerio de Marina. ¿Dónde creen que desapareció?

—La última posición conocida fue frente a Punta Negri.

—Según la nota que entregamos a su Gobierno, la costa del Cabo Tres Forcas fue declarada Zona de Exclusión, disponiendo un canal seguro unas millas al norte del Cabo. Si desde Punta Negri se tuvo constancia de su paso, al adentrase en aguas españolas entraba en la zona de exclusión, bajo responsabilidad del comandante de la nave. Excelencia, como le comenté daré parte al Ministerio de Marina y a la Comandancia de Melilla. Ahora si me disculpa, me espera mi familia. —Bermúdez de Castro no podía sentir cierto placer a pesar de la pérdida de vidas humanas, una mina o un submarino español habían enviado al Averno al buque italiano, pero bueno, ellos estaban jugando su juego de la mano de los británicos.

Ministerio de Armamento, Madrid, 5 de enero de 1915

El trabajo del ministro Bustamante se acumulaba por momentos y como dijera el subsecretario Francisco; “¡Qué demonios hacía un ministro en una base naval, con todo el trabajo que tenía por sí mismo!”. En fin, como rezaba el refrán; de los errores se aprende. Estaba de regreso en el ministerio y se enfrentaba a un ingente trabajo para organizar la industria española para que sirviese a los ejércitos.

Ballenero

En primer lugar, tenía que hacer frente a los mayores peligros a los que se enfrentaba España, el desabastecimiento de materias primas y especialmente de combustibles. Uno de los ámbitos más afectados era el del combustible diésel para los submarinos, para el que no había sustituto en aquellos momentos. Cierto que inicialmente se había elegido el diésel porque podía funcionar con aceite de palma o de oliva, llegado el caso. Pero debido a la guerra su importación quedaba descartada y el empleo de aceite de oliva sería en detrimento de la capacidad de sustento de la población. Por lo tanto, en primer lugar, expidió la Orden Ministerial I/15, del 5 de enero, ofreciendo un premio de 100.000 pesetas a quien solucionase el problema que ello presentaba. Renglón seguido aprobó la Orden Ministerial II/15, en la que ofrecía un segundo premio de igual cuantía, a aquel que solucionase el problema de la obtención de glicerina, un elemento indispensable para la fabricación de explosivos.

A continuación, se centró en otros asuntos, como la reubicación de las industrias capturadas en la reciente campaña. En esta ocasión, a diferencia de la campaña del 98, disponía de tiempo y pensaba concentrarse en recuperar las fábricas completas, no como en la anterior guerra donde se concentraron en la maquinaria más pequeña y diseños, destruyendo el resto.

Empezó por supuesto por el arsenal francés de Tarbes. Una fábrica capaz de fabricar artillería y municiones donde capturaron muchos diseños, procedimientos y por supuesto maquinaría, desde crisoles a tornos. Tras mucho meditarlo, acabó ordenando que fuese trasladada a Sagunto, donde podría levantarse junto a los “Altos Hornos de Vizcaya” que se crearon en aquella ciudad a principios de siglo. Así tendría acceso al acero de Sagunto y estaría lo suficientemente lejos del frente como para disfrutar de cierta seguridad que no tendría en el norte. Un segundo arsenal, el de Tolosa, fue capturado dañado durante los combates, por lo que su maquinaria serviría para completar a la primera.

En la pequeña localidad de Bocau, junto a Bayona, se encontraba la “Forges et aceries de la marine”, una industria especializada en la fabricación de acero “Martin”, y unos kilómetros más al norte las “Forges de l´Adour«, en Tarnos. Estas serían trasladadas a Galicia y, en principio, servirían para ayudar con el mantenimiento de la flota, incluyendo las nuevas bases de submarinos que los alemanes deseaban desplegar en España. Además, allí quedarían lo suficientemente lejos del frente como para estar a salvo. Eso le recordaba el problema de las fábricas de armamento vascas. Los altos Hornos y astilleros no podían trasladarse, pero las fábricas de armamento ligero, la mayoría poco más que talleres familiares, sí.

Debía estudiar su traslado a otras regiones más alejadas de la guerra. Cuando el frente retrocediese a los pirineos aquellos talleres quedarían demasiado cerca del enemigo como para sentirse seguro, pero eso quedaría para mañana, así que se limitó a escribir un recordatorio para estudiar si enviarlas a Málaga o Valencia, pues en ambos lugares existían altos hornos y fundiciones que podrían proporcionar el acero que necesitarían. Aunque, a decir verdad, tal vez podrían repartirse entre ambas ciudades. Ordenaría al secretario Francisco Rivas Moreno que empezase a sondear a industriales y burgueses de aquellas ciudades y a los maestros armeros de Éibar para facilitar su traslado. Esperaba tener noticias en pocas semanas.

En cuanto a Burdeos. Allí se habían capturado dos importantes astilleros, con dos destructores en construcción. Y si bien los astilleros de “Dyle et Balacan y Forges et Chantiers” de la Gironde, habían resultado dañados, se esperaba recuperar importantes materiales que también serían trasladados a la península y enviados a alguno de los astilleros españoles. Mientras tanto la fábrica de pólvora capturada en Saint Médard en Jalles, en las afueras de Burdeos, sería repartida entre Toledo, Murcia y Granada, para mejorar las capacidades de las fábricas que allí había.

También en Tolosa, se desmantelaría la fábrica de tranvías “Maison G. Latécoere”, enviando su maquinaria a alguna de las fábricas de material ferroviario españolas, de momento en régimen de préstamo, más adelante ya se vería si podían adquirirlas o no. Al final el material ferroviario y los talleres serían otro de los grandes caballos de batalla del ejército, equipando muchos batallones, con el material de los numerosos talleres requisados de la región. Una solución temporal que esperaba diera buenos resultados. En cuanto a los ferrocarriles, esos serían desmontados y trasladados a España, privando al enemigo de su uso en la más que segura ofensiva que estaba al caer.

Ya en España, aquel balasto, traviesas, y rieles, servirían para reforzar la capacidad propia allá en donde fuera menester. Las traviesas en principio estaban calculadas para el ancho francés, así que no podrían usarse en España, por lo que se utilizarían para reforzar trincheras y fortificaciones con ellas. El balasto podía emplearse para preparar caminos de macadam en la zona del frente, facilitando así la movilidad de las fuerzas propias, y los rieles, bien, los rieles podían ser empleados por la industria ferroviaria propia o ser fundidos para obtener hierro y acero.

Joaquín pasó todo el día inmerso en el trabajo. Nunca hubiese pensado que su ausencia hubiese provocado tal paralización de un ministerio vital. Al acabar el día había aprobado la fusión de varias empresas ópticas y la solicitud de enviar varios artesanos de estas a Austria en un viaje de colaboración y enseñanza en la factoría de Zeiss en la ciudad húngara de Gyor. Si aprendían los procesos de la elaboración del cristal óptico, podrían utilizar alguno de los hornos de cristal Vickers que había en España para fabricar algo más que botellas. Pero antes aquellos hombres tendrían que viajar los mil kilómetros entre Barcelona y el Imperio, sobrevolando Italia en un vuelo de catorce horas. Una ruta más segura que la que atravesaba Francia rumbo a Suiza.

Además, se ordenaba la construcción de nuevos buques para la armada, así como transformar una veintena de arponeros-cañón capturados en el Antártico en corbetas de escolta (una tarea que había tenido que empezar a realizarse por cuenta propia ante la falta de su firma por estar en Cádiz). Un pequeño alivio para la desilusión que supuso saber que el ejército había negado sus dirigibles y que el almirante de Cartagena se negaba a emprender represalias a ciegas y menos con unos buques pre-Dreadnought de poca utilidad militar. Tan poca, que había propuesto desarmarlos para emplear su artillería en tierra. Sus palabras aun resonaban en sus oídos; “En el 98 ganamos porque impusimos nuestras elecciones a nuestros enemigos, no porque reaccionamos sin pensar a cada una de las suyas”. Y era verdad, ¿Cómo había podido olvidarlo? Reaccionar sin pensar solo había servido para que sus enemigos se agotasen y ahora él había estado a punto de caer en el mismo error.

No todos los asuntos que tenía pendientes eran de esa envergadura. Habían bastado unas semanas de invierno para que empezasen a aparecer problemas. Conforme se entraba en el invierno en Francia, se habían empezado a evidenciar las carencias en el equipamiento de las tropas allí desplegadas. Las manta-capote empleadas por las tropas eran efectivas para mantenerse secos en marchas o guardias, pero dentro de las trincheras se convertían en un incordio. En el espacio cerrado de una trinchera, las manta-capote no tardaban en llenarse de barro convirtiéndose en pesos muertos que lastraban a los soldados.

Además, no siempre era necesaria una prenda de abrigo como esa, de hecho, incluso los capotes largos de algunos cuerpos como la artillería resultaban engorrosos a veces. En muchas ocasiones hubiese sido mejor una prenda menos voluminosa que permitiese mayor movilidad y acceso a las municiones o herramientas que el soldado llevaba encima pero que mantuviese sus características de abrigo. No hubo más remedio que expedir otra orden ministerial para buscar una solución. Aunque le hubiese gustado poder emplear prendas recauchutadas, el precioso caucho era vital para la industria y la automoción, por lo que deberían conformarse con prendas de telas especiales. Principalmente el paño de sarga, de gabardina o similares, paños principalmente de lana, tejidos de forma que ayudaban a repeler el agua al menos durante un tiempo.

Palacio Real, Madrid, 6 de enero de 1915

Ya estaban todos presentes. Para la ocasión él, el Rey Alfonso XIII había decidido vestir el uniforme de la Marina de Guerra. La celebración de la Pascua Militar no sería como en los años anteriores. Desde su instauración en 1782 por Carlos III como celebración de la victoria frente a los británicos, la Pascua se convertiría en el encuentro de los jefes de los Estados Mayores y generales en activo, los ministros de Guerra y Marina y el presidente del Consejo de Ministros, donde repasar la situación militar del año anterior, bajo la presidencia del Rey. Ahora más que nunca tomaba sentido examinar la situación.

Alfonso XIII observaba como en aquella ocasión el número de presentes era pequeño. La mayoría de los generales estaban al frente de sus unidades, ya fueran brigadas, divisiones, cuerpos de Ejército, ejércitos o por primera vez en la historia de España, grupo de ejércitos, caso los ejércitos que ocupan el Sur de Francia a las órdenes del General Ochando. Entre las ausencias, Alfonso XIII echaba en falta a Manuel Fernández Silvestre, ahora conocido como “Loco Silvestre”, que según todos los indicios estaba preso de los franceses, al no poder internarse en Suiza con su partida de descastados. Mientras los jefes de Estado Mayor y generales repasaban la situación en los habituales corrillos, Alfonso XIII todavía veía con buenos ojos intentar presionar a Eduardo Dato para canjear a Silvestre por el General Villefort, el cobarde que fue hecho prisionero cuando intentaba huir de Narbona.

Los parlamentos, como era habitual, ministro de Guerra, ministro de Marina y presidente del Consejo de Ministros.

Tomó la palabra el general Ramón Echagüe y Méndez Vigo, ministro de Guerra. Sí, tal como escuchaba la situación en Francia se podía considerar como estancada, pero a diferencia de los ejércitos de Guillermo, se trataba de una situación deseada, no impuesta por los acontecimientos. En un primer momento, el de la euforia, él había abogado por seguir penetrando en Francia, pero como le habían explicado y creía haber entendido, en el este, el macizo central y el Ródano eran verdaderas barreras infranqueables con los medios disponibles, y al oeste, al norte del Garona, lo mismo ocurría con los diversos cursos fluviales, es más el cruce del Garona se antojaba como peligroso. En definitivas cuentas, resistían y con ello conseguían el tiempo para construir una defensa impenetrable en los Pirineos.

Era el turno del almirante Augusto Miranda y Godoy, ministro de Marina. En el mar los corsarios españoles lograban éxitos superiores a los de la Guerra del 98 y la Zona de Exclusión en el Estrecho y mar de Alborán era mantenida mediante campos minados y fuerzas ligeras todo y la desaparición de la Escuadra del Estrecho. Escuchando a Miranda no podía olvidar la decisión del Ministro de Hacienda, Gabino Bugallal y Araújo de negar los fondos al novísimo ministerio de Armamentos para reparar los dos acorazados, los mismos que él había recibido en San Sebastián. El ataque franco británico a Cartagena se había saldado con una derrota enemiga.

El almirante Miranda, expondría la situación en las provincias no europeas, lógico, pues la continuidad de la España extra peninsular dependía del buen hacer de la Marina. En el Caribe calma absoluta e incluso se había infligido una seria derrota a los británicos con la destrucción de la escuadra del Caribe en la batalla de Jamaica.

En Filipinas y las Islas del Pacífico, una vez acabada la temporada del Monzón, Guahán había resistido una primera tentativa de invasión japonesa y si bien en Luzón los japoneses avanzaban hacia Manila, los escasísimos informes llegados desde Oriente indicaban que todo sucedía según lo previsto. Alfonso XIII no lograba comprender el porqué de permitir a los japoneses adentrarse en Luzón, pero todos los oficiales y generales pertenecientes a su círculo de gentilhombres de cámara, con quien había discutido este extremo, aseveraban de lo acertado de la táctica empleada en aquel infierno verde.

El turno de Dato, la situación interna, que incluiría Ceuta y Melilla; y la situación de las colonias africanas del Atlántico, todavía en su cabeza le rondaba su pensar sobre lo inadecuado de aquel hombre para dirigir el Gobierno en aquellos momentos, pero Maura, el muy imbécil, había exigido unas condiciones inasumibles para serlo.

Marruecos, Alfonso XIII observó la preocupación en Eduardo Dato cuando tomó la palabra, en la que repasaría la situación diplomática, con especial mención al juego italiano. Ceuta y Melilla podían ser abastecidas, pero no en la medida que hubiera sido adecuada en función de la actitud italiana, que finalmente se daba por de próxima beligerancia. Una brigada de voluntarios catalanes y un batallón de castigo de la marina eran todos los refuerzos para Melilla, mientras que Ceuta había sido reforzada con una división recién alistada.

Guinea seguía de cierta forma al margen de la guerra, de momento, a excepción de que se habían internado parte de las fuerzas alemanas del Camerún cuando no sabía que dichoso puerto había sido ocupado por los franco británicos y que la defensa organizada se había reducido a Santa Isabel, dejando el continente a su suerte. De momento y mientras la atención enemiga seguía centrada en el Camerún alemán, las tropas continentales continuaban talando maderas nobles y sacándolas con los cañoneros para que los cruceros auxiliares o burladores del bloqueo las recogiesen en Santa Isabel y las trajesen a España, pero eso limitaba la llegada de noticias a un buque cada dos meses y era muy poco, la verdad.

En Rio de Oro, Seguia el Hamra o Cabo Bojador, Tarfaya o Cabo Juby e Ifni, la calma era total pese a encontrarse rodeados de fuerzas francesas. La verdad es que tampoco España podía iniciar ninguna acción desde las posesiones atlánticas. Algo que debía comentar con el General Echagüe y Méndez Vigo.

Ahora el turno de palabra del almirante Bustamante y Quevedo, ministro de Armamento. Una riada de números y datos técnicos le aburrían sobremanera, al igual que a todos.

Pero los presentes esperaban al último orador, el general Don Valeriano Weyler, de regreso de su visita a Holanda y sorprendentemente de Alemania, donde se entrevistó con Alberto I de Bélgica, prisionero de los alemanes. ¡Qué Hombre! Había desafiado abiertamente al todopoderoso Guillermo II y tanto en Berlín como en Viena había profetizado lo que ocurriría durante el otoño. Para muchos al empezar el conflicto Valeriano era como un jarrón de porcelana china. Como artífice de la victoria de 1898 no se le podía ningunear, desde luego, pero su presencia podía llegar a ser molesta, pues en su madurez, vejez que diantres, era lo que en el Congreso de Diputados llamaban verso suelto. En fin, que no se callaba y hacía callar. Pensaba lo que decía y decía lo que pensaba.

El momento esperado. Tras el aluvión de datos de Bustamante, los asistentes volvieron a prestar atención. El Caballero Laureado, general Don Valeriano Weyler y Nicolau tomaba la palabra. Alfonso XIII se esperaba alguna salida de tono del anciano general o tal vez no, pues ya había dejado claro de antemano su posición. Nada de uniformes de gala, ni cascos y penachos, ni entorchados. Su discurso lo daría sentado, nobleza obliga, pero vestía un simple uniforme de campaña, con una sola condecoración, la Cruz Laureada de San Fernando. El mensaje estaba claro; “la nación estaba en Guerra”. Alfonso XIII tomó nota. Sus próximas apariciones en público serían con uniforme, sí, pero de campaña.

—Majestad, Señor presidente del Consejo, Señores ministros, eminencia, generales, almirantes, señores. Permítanme que les haga un breve resumen de mi estancia en Holanda, Bélgica y Alemania, en esta caso por tercera ocasión.

Hace semanas, coincidiendo con las batallas de Cádiz y Cartagena, fui encargado por el gobierno de Su Majestad para rendir visita a Holanda, país neutral en este conflicto, pero que comparte intereses con España en el Pacífico, Indico y el Caribe. Las conversaciones con la Reina Guillermina de los Países Bajos y su Gobierno han sido sinceras. Su Majestad en primer lugar deseó expresarme sus temores hacia la posición alemana sobre Holanda, remarcando que la invasión de Bélgica supuso un gran trastorno para su nación, esencialmente por los innumerables intereses alemanes en la propia Holanda, sin perder de vista la privilegiada situación holandesa desde el punto de vista marítimo. Recordaba de forma jocosa su encuentro con el Káiser Guillermo, meses antes del estallido del conflicto, al que profesaba admiración antes de la mencionada entrevista. La Guardia del Káiser, puedo asegurarlo, está formada por soldados prusianos que sobrepasan los dos metros de altura, hecho que Su Majestad Imperial hizo notar a la Reina Guillermina, como velada amenaza. Respondiéndole, según ella misma que, una vez abiertos los diques, las aguas en Holanda alcanzarían los tres metros.

Zanjado el temor a una invasión alemana, su Majestad la Reina me hizo notar su desagrado por el Reino Unido, no solo por la invasión de las repúblicas de origen neerlandés en África del sur, si no por el actual quebranto que supone el bloqueo marítimo. Muchos vapores holandeses han sido retenidos por la Royal Navy con la excusa de que trafican en favor de Alemania. Puedo decirles que mi viaje a Holanda en barco ha sido una verdadera peripecia.

Fue la propia Reina Guillermina quien abriría de par en par las puertas a una inteligencia entre los Reinos de España y Holanda. No es menos cierto que su Majestad observa con aprensión la posición japonesa en Asia, y no se le escapa que esta goza del beneplácito de Londres. Tampoco es refractaria a la idea expuesta de que no solo Japón busca expandirse, si no también Reino Unido, por ejemplo, en la isla de Borneo, en el Caribe o en las Guayanas.

Deseando mantener la neutralidad, la Reina y su gobierno accedieron a mantener una posición benevolente hacia España. En consecuencia, desde la refinería de Balikpapan, en la isla de Borneo, se hará llegar a Filipinas un cargamento mensual de petróleo mientras sea posible, a precios acordados y de los que el ministro de Hacienda, Don Gabino Bugallal y Araújo, tiene conocimiento. Gracias a la concesión a Royal Dutch Shell del campo petrolífero de Zumaque-I en Venezuela, Holanda desviará ciertas cantidades hacia Cuba, a través de Aruba y Curaçao, dependiendo de la presión de la Royal Navy sobre los buques con bandera holandesa.

En espera de mi partida de regreso a la Patria, fui contactado por el embajador alemán en La Haya, quien me invitó a visitar las posiciones del ejército en Bélgica y al propio Rey Alberto de Bélgica, en su prisión alemana. Mi impresión caballeros, de la visita al frente, es que en este año de 1915 continuará el estancamiento de las operaciones. Infinitas extensiones de trincheras cruzan Bélgica desde el Mar del Norte hacia Francia. Las tropas que pude visitar viven en precarias condiciones, rodeadas de fango, en pestilentes agujeros y sin ningún espíritu de combate.

Como me confirmó el comandante Valdivia, quien viajó a Berlín como agregado militar justo antes de estallar el conflicto y a quien encargue la visita a los frentes austrohúngaros y alemanes con el fin de hacernos una idea de la situación, la higiene, la uniformidad y la marcialidad brillan por su ausencia. Muchos soldados sufren un mal conocido como pie de trinchera, enfermedad relacionada al parecer, con la humedad de estas trincheras en el norte de Europa. Es cierto que las condiciones climatológicas del otoño e invierno paralizan la actividad ofensiva, llevando la inacción a corromper el espíritu de unos soldados que se prometían una corta aventura, que partieron al frente con una alegría insospechada, en el que ahora nos parece lejano verano.

Son datos que nuestros comandantes deberían tener en cuenta en referencia a nuestras tropas en Francia. —Ya estaba él, una crítica velada a los mandos, pero tal vez fuera cierto, le habían llegado noticias de partidos de ese deporte que tanto le agradaba, el foot ball.

—Por cierto, caballeros, al entrar en Bélgica desde Holanda, exigí en el puesto fronterizo que mí pasaporte fuera sellado. Actitud que, si bien fue insultante para mis anfitriones alemanes, fue recibido con sonrisas de aprobación por parte de los generales holandeses que me acompañaron hasta la línea fronteriza. Tuve el honor de conversar largo y tendido con ellos sobre 1898 y el actual conflicto, en especial sobre Filipinas, sin duda con la mirada puesta en el expansionismo japonés.

Pocos días después, mis anfitriones alemanes me llevaron a visitar una fortaleza en Alemania, para que pudiera conocer a Su Majestad el Rey Alberto I de Bélgica, sin duda como demostración del poderío alemán. Caballeros, el día señalado para el encuentro, decidí que debía visitar a tan ilustre prisionero, no como tal, sino como el Soberano de una nación no enemistada con el Reino de España, para lo cual vestí mi uniforme de gran gala. Cosa que, por cierto, molestó de nuevo a mis anfitriones.

De acuerdo con la política del Reino de España, de la que ya era sabedora el imperio alemán tras mis anteriores visitas. Como enviado Plenipotenciario y Extraordinario de Su Majestad, según las credenciales recibidas, firmé un acuerdo entre ambos reinos en el que se reconocían sus respectivas soberanías, independencias e integridades territoriales en todo el Orbe, según las existentes el 1 de agosto reconocidas internacionalmente. Suscribimos de igual manera, que cualquier cambio de fronteras o territorial debería contar con el beneplácito de los respectivos parlamentos afectados, tras consulta de la población. En este sentido, Su Majestad Alberto I tiene intención de una vez finalizado el conflicto otorgar el derecho de sufragio a las mujeres.

Al tener conocimiento de estos extremos, mis anfitriones teutones tuvieron la bondad de devolverme a Holanda. Fui encargado por el Rey Alberto I, de hacer llegar este Tratado a su gobierno legítimo, para que sea ratificado. —otra vez desafiando a los alemanes. ¡Qué Hombre! Es verdad que en septiembre ya había dejado claro que España no contemplaba la desaparición de Bélgica, pero en esta ocasión había ido muy lejos, o no. Ciertamente como dijo Weyler, España luchaba por sus intereses.

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